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Si aparentemente Antonia, a quien Magdalena había considerado como hermana suya desde que su padre la había prohijado dos años antes, seguía siendo la misma para la hija del doctor, ésta, a los ojos escrutadores de su padre que era observador profundo, había cambiado mucho para con su prima.

Y cuando Magdalena, eficazmente ayudada por el juez y por nuestro hibernés, pasajero de cubierta, puso la mesa con toda la loza disponible, ya habíamos recobrado todos nuestro buen humor, a pesar de la lluvia que batía las ventanas, del viento que bajaba a bocanadas por la chimenea, de las dos señoras que cuchicheaban entre , en un rincón, y de la urraca que desde su ennegrecido vasar subrayaba con satíricos graznidos su entretenido diálogo.

Magdalena abrió los ojos, quiso incorporarse exclamando: «¡Aire! ¡aire! ¡Me ahogo!» y se desplomó lanzando un suspiro. Era el último. Magdalena de Avrigny ya no existía. Levantose el doctor y con voz ahogada dijo: ¡Adiós, Magdalena! ¡Adiós, hija mía! Amaury lanzó un grito terrible. Antonia sollozaba como si su pecho fuera a desgarrarse.

Si la idea fundamental del romanticismo literario está en la libertad de exposicion de los contrastes, que en la naturaleza física se manifiesta en las aparentes contradicciones de los cuadros que la creacion destaca en diversos puntos para constituir en su conjunto la gran síntesis de la armonía, nada mas romántico que el contraste de escenas de vegetacion y de estructura geológica que se encuentra al descender el Magdalena desde Regidor hasta Mompos.

No digo que ese parecer sea eminentemente práctico... Pero, en fin dijo el cura moviendo la cabeza, no podemos menos de reconocerle cierta prudencia... La abuela se estremeció, y yo me eché a reír. Sin aconsejar a Magdalena que llevé las cosas tan lejos, es bueno, sin embargo, que reflexione, y mucho, antes de contraer los lazos sagrados del matrimonio.

De pronto se abrió la puerta situada frente a esta pieza y apareció la prima de Magdalena. Siguiendo el consejo de ésta se había puesto Antoñita un sencillo traje de crespón rosado sin adornos ni flores, y no ostentaba ni aun la más insignificante joya: no podía estar vestida con más sencillez ni ver realzada de un modo más adorable su belleza hechicera.

¿Que vous semble-t-il? ¿Qué le parece á usted? preguntó la señora, avivando un tanto los ojos, y marcando mucho las palabras, con cierta expresion orgullosa. Me parece, señora, la contesté, que aquello es un lugar de triunfo y de alegría, no de sacrificio, de meditacion y de recogimiento. Es una Vénus, no una Magdalena; un festin, no una lágrima.

¡Qué animado está el señor alcalde! le decía una dama del bajo imperio. Hay que aprovecharse de la ausencia de Ventura respondía el joven riendo. ¿Dónde está su marido, Magdalena? Por ahí anda. Baile usted conmigo esta polka. Vamos a engañar a nuestros cónyuges respectivos. No puedo. La tengo comprometida con Peña.

Al pronto se atribuyó este cambio de carácter a la circunstancia de haberse muerto una hermana a la cual quería acendradamente, y que le legaba, para que velase por ella, una hija de la edad de Magdalena, su mejor amiga, y su inseparable compañera de estudios y de recreos.

Estoy dispuesto a todo, menos a renunciar a ser su esposo. No temas, hijo mío. Magdalena es tuya, o mejor dicho, no pertenecerá nunca a otro hombre. ¿Qué quiere usted decir? Oye, Amaury; escucha en mis palabras la observación del médico y no el reproche de un padre.