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Esto era lo único que podía envidiarle Magdalena, ya que era más hermosa y más rica que su prima. Pero en aquella ocasión Antoñita, contra su costumbre, en lugar de correr en busca de sus flores paseábase lentamente en actitud meditabunda y casi triste.

De esta clase es El sol de la fe en Marsella, de Reinoso, comedia cuyo objeto no parece ser otro, en las dos partes de que consta, que reunir en ella todas las extravagancias, vistas hasta entonces en las comedias religiosas: la Magdalena naufraga en las costas de Francia, llega á tierra por las olas con los pies secos, poco después aparece en el cielo entre los ángeles, en seguida otra vez en la tierra para convertir á los gentiles; luego, á su mando, se arruina un templo de Apolo y se levantan por mismas las columnas derribadas, y todo esto grosero y tosco, expuesto sin traza alguna, exornado por la fantasía con un lenguaje rebosando en todas las faltas del gongorismo, en una palabra, como si fuese la obra de un verdadero insensato.

El, que en los comienzos de la enfermedad había pedido a Dios la vida de su hija, que después le había rogado que le concediese algunos años, luego algunos meses y más tarde solamente algunos días, contentábase con pedir para ella unas horas más de vida. Tengo frío dijo Magdalena con voz apagada.

Me encuentro bien: quien debe estar indispuesta es Antoñita; mira qué triste parece. , está triste, precisamente yo le preguntaba ahora la causa de esa tristeza... ¿Sabes cuál es?... Dice que nunca se casará. ¿Será que está enamorada? respondió Magdalena de un modo singular; creo que has acertado.

Preguntárselo a Santa Rita, que era tan seriota, sin embargo, y a Santa Clara, tan punto y coma en todos sus deberes, y a la misma Magdalena, que de tanto andar en el mundo, estaba, ya curada de espantos.

¿Y es esa frase, que parece insignificante, la que ha provocado tal diluvio? Ciertamente... Señor cura añadió la abuela descontenta, no tiene usted corazón, sino comprende estas lágrimas. ¡Bah! respondió el cura, comprimiendo políticamente la risa, creo tenerlo un poco, aunque mis glándulas lacrimales no tengan la misma capacidad que las de Magdalena...

Por lo visto contestó Leoville si eres la reina del baile, ella es la virreina y yo he llegado tarde; me ha enseñado su carnet tan atestado de nombres que ya no había manera de añadir allí ninguno. ¿Es decir que no hay medio posible? repuso Magdalena con viveza.

Y apoyado en el brazo de su fiel criado, el anciano tomó el camino del cementerio para ir, como todos los días, a dar las buenas noches a Magdalena. Al siguiente día se presentó Amaury en casa del conde de Mengis, el cual no era un extraño para él, por haberle visto más de veinte veces en casa del doctor Avrigny.

Ese trayecto de desolacion es largo y abraza mas de treinta leguas, sin mas interrupciones que distraigan un momento al viajero que la vista del Peñon, pueblo miserable de la antigua provincia de Mompos, situado sobre una barranca desnuda á la márgen izquierda del rio; del Banco, pueblecito muy pobre tambien, pero de alguna importancia comercial por sus relaciones con algunas poblaciones interiores, situado á la derecha, cerca de la confluencia del profundo y bellísimo rio Cesar ó Cesari; y del canal de Loba que, disminuyendo en mas de la mitad las aguas del Magdalena, va á engrosar las del Cauca para volver luego á su propio caudal.

Muy semejante es la otra composición, en la cual San José, la Magdalena, varios apóstoles y un ángel celebran la resurrección cerca del sepulcro vacío. No se limitó Encina á escribir estas obras religiosas, sino que intentó también dar el primer ejemplo de cómo debían tratarse dramáticamente otros objetos diversos, é imprimirles perfección literaria.