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Era una fiesta de juventud, un alarde de fuerza y cohesión para que rabiasen los viejos. Eran las tres de la madrugada cuando despertó Feli sintiendo en la frente el contacto de unas manos. Lo primero que vio fue la cara de Isidro, pero transfigurada, con las mejillas rojas, brillándole los ojos con un fulgor extraordinario.

Iba al café al medio día, después de almorzar, y se estaba hasta las cuatro o las cinco. Volvía después de comer, sobre las ocho, y no se retiraba hasta más de media noche o hasta la madrugada, según los casos.

Aquella noche no se dormía en la ciudad. Hasta las viejas de timoratas costumbres, recluidas siempre en sus viviendas a la hora del rosario, velaban ahora para contemplar, cerca de la madrugada, el paso de las innumerables procesiones. Eran las tres de la mañana y nada indicaba lo avanzado de la hora. La gente comía en cafés y tabernas.

De mañana, antes de madrugada, se despachó al Capitan Lican con 10 indios, para que fuese esplorando el campo por la banda del E, por cuanto Caullamantú llevó el órden de internarse al S hasta dar con el Quequen. Aquí se hizo la noche. Dia 11.

La novedad del país, la molestia del viaje, el aullar de los chacales y sobre todo un calor enervante, abrumador, una completa sofocación, como si las mallas de la mosquitera no permitiesen pasar un soplo de aire... Al abrir, de madrugada, la ventana, una bruma de estío, densa y moviéndose lentamente, ribeteada de negro y rosa en los bordes, flotaba en los aires como una nube de humo de pólvora sobre un campo de batalla.

Déjate ahora de papelotes, papá; Pepe y Millán traerán noticias. Bueno, hija, bueno; pero al menos léeme los partes tomados de la Gaceta, aunque esa no dice nunca la verdad. Leocadia cogió el periódico y, aproximándose a la luz, leyó así: «MINISTERIO DE LA GUERRA. Extracto de los despachos telegráficos recibidos en este Ministerio hasta la madrugada de hoy: »Cataluña.

Ojeda interrumpió estas lamentaciones. Quería saber el motivo del duelo y quiénes eran los combatientes. Se expresó Maltrana con triste dignidad. Había sido al final de la fiesta en su honor, cuando más contentos y fraternales se mostraban los amigos. Muchos se habían retirado a sus camarotes. Eran las tres de la madrugada.

El paseante nocturno no encontraba una silla en toda la ciudad; pero á pesar de esto, la muchedumbre seguía en los bulevares hasta la madrugada, esperando sin saber qué, yendo de un extremo á otro en busca de noticias, disputándose los bancos, que en tiempo ordinario están vacíos. Varias corrientes humanas venían á perderse en la masa estacionada entre la Magdalena y la plaza de la República.

En tanto le parecía escuchar siempre una voz subterránea que clamaba: "Lázaro, ¿duermes? Despierta, Lázaro." A la madrugada su sueño fué más profundo. Despertó á las ocho, y en los primeros momentos tuvo que recoger sus ideas y meditar un poco para saber dónde estaba y qué cosas le habían sucedido. Su tío había salido. Levantóse y se vistió.

No puede usted formarse idea, señor, de lo traidoras que son esas brumas. Eso nada importa; nadie me quita de la cabeza que la Ligera debió perder el timón de madrugada; porque, por muy densa que fuera la bruma, sin una avería, el capitán no hubiese venido a estrellarse aquí. Era un experto marino, a quien todos conocíamos.