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Desde la noche que pasó en el camaranchón de doña Angustias en compañía de los ratones, no había tenido un miedo igual. A la madrugada se adormeció un poco; pero en su sueño se le presentaban multitud de cuchillos como el que había visto, y á veces uno solo, pero tan grande, que bastara por á cercenar cincuenta cabezas á la vez.

Cuantos tenían caballo, y no pocos que sólo tenían mulo o burro, fueron de madrugada a recibirle en la estación, con D. Acisclo al frente, y a eso de las once volvieron todos con el diputado, caballero éste en el hermoso caballo negro de doña Luz.

Murió en Hong-kong, dejando algunos trabajos inéditos, que el autor de estas líneas le vió escribir en una temporada que vivieron juntos. La tarde que llegué á Majayjay y en la que por primera vez hablé al Sr. Tóbler, se concertó que á la madrugada siguiente visitaríamos la cascada.

En el siglo XVIII y principios del XIX, estaban designadas con toda claridad las horas para remojarse los dos sexos, haciéndolo las mujeres «desde la madrugada hasta las once de la mañana, los hombres hasta el toque de oraciones, dejando los baños enteramente desocupados para que entraran las mujeres hasta las diez de la noche

Cuando me levanté yo, ya estaba ella de vuelta, como quien dice. ¿No es verdad, Nieves? Hay que advertir también que antes de acostarnos anoche habíamos pactado cierto compromiso... Pero que diga ella si le ha pesado la madrugada... ¿De manera que la ha gustado la situación de Peleches? ¡Oh, muchísimo! Vaya, pues lo celebro infinito; porque temía yo lo contrario. ¿Por qué, recanástoles?

En el camino de los Olivos al Tigre están enterradas sus primaveras. Aquellas caravanas ecuestres de otros tiempos que comenzaban por la madrugada en el Retiro y que terminaban en San Isidro o San Fernando a mediodía, y con bailes y pascanas a media noche, tienen una larga historia en la vida galante de otra edad. Mi tío comenzó a recordarlas con cierta melancolía.

Hacia la una o las dos de la madrugada solían llegar algunos hombres y mujeres que el doctor conocía; en Babilonia había tenido ocasión de conocer a casi toda la ciudad. La alegre comparsa ocupaba en seguida un gabinete particular e invitaba al doctor Chevirev. Se le acogía siempre con gritos alegres y bromas; algunos, que se consideraban sus amigos, le abrazaban.

Pensaba realizar al día siguiente esta gestión; para eso había alquilado un automóvil, gasto enorme dada la carencia de vehículos y de combustible, pero exigido por la importancia de sus funciones... Y ahora estaba en Villa-Sirena, á las dos de la madrugada, limpiando sus pistolas con lentitud, como si fuesen joyas frágiles.

Y este odio silencioso que los dos llevaban en su pensamiento había estallado en la madrugada con la rapidez y la incoherencia de las querellas de borrachos. Unas cuantas palabras ofensivas, a las que no prestó atención el resto de la banda, y de pronto, botellas por el aire, bofetadas, lucha cuerpo a cuerpo.

Hacia la madrugada desapareció por completo el ataque, y durmió el enfermo tranquilamente y de un tirón, cerca de dos horas. ¡Pero qué ganas había tenido yo durante la noche de avisar a Neluco, y qué ansiedad la mía por que amaneciera!