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Sobre las zanjas al aire libre habían atravesado vigas de las casas arruinadas; sobre las vigas, tablones, puertas, ventanas, y encima del maderaje varías filas de sacos de tierra. Estos sacos estaban cubiertos por una capa de humus de la que brotaban hierbas, dando al lomo de la trinchera una placidez verde y pastoril.

<tb> Iba ya el resplandor del día dibujando líneas de luz por entre los resquicios y rendijas del maderaje del balcón, cuando don Juan, desasiéndose de los brazos de Cristeta, entre melosidades y ternezas, se fue a su cuarto, donde desbarató su propia cama para que los criados ignorasen que no había dormido allí.

Frente de la ventana, a regular distancia del corralón de la posada, contrastando su fábrica de piedra con el maderaje y los tablones de que estaba formada la estación, había un edificio, rico en otro tiempo, a la sazón ruinoso, pobre, y sobre todo triste, como si su inerte mole fuera capaz de presentir la grandeza del rival que allí cerca y en pocas semanas alzaron unos cuantos hombres.

No habia dentro mas que sesenta soldados útiles, los demas habian muerto ó estaban mal heridos; juntos con los de Córdoba repartiéronse todos con buen órden en los puestos mas peligrosos y reparáronlos con maderaje lo mejor que pudieron.

En Villavieja apenas se conocía ese lujo ni aun en las casas más pudientes: el maderaje descubierto, con un par de lechadas o dos manos de una tierra amarilla que abundaba en un covachón de la sierra. La vivienda de las Escribanas era mucho mayor y hasta mucho más vieja. Se entraba por un portal obscuro, con gallinero y todos sus accesorios y consecuencias.

A uno y otro lado, en cada una de las enjutas, un escudo esculpido alternaba en sus cuarteles los blasones de las principales familias avilesas: el pajarraco de los Aguilas, los roeles de los Blázques, la cabria y el mazo de los Bracamontes. Hermosos clavos tachonaban el maderaje de la puerta, y un cincelado aldabón, arrancado quizá de algún alcázar andaluz, colgaba del postigo.

En frente de éste, a la parte del Evangelio, sobre la misma línea de pavimento se levantaban como aparador, ocho gradas de maderaje desnudo hasta rematarse en la pared para asiento de los reos, con proporcionado soslayo que los exponía al registro y curiosidad de casi toda la iglesia.

¡Dios mío! decía Stein, apoyando la cabeza en las manos , esas hendiduras, ese agua que penetra en las bóvedas y gotea minando el edificio con su lento y seguro trabajo, ese maderaje que se hunde, esos adornos que se desmoronan... ¡qué espectáculo tan triste y espantoso!