United States or Kuwait ? Vote for the TOP Country of the Week !


Corría el grupo por los desmontes con la algazara de la lucha; rodaban por el suelo algunas de las combatientes con tal ímpetu, que dejaban al descubierto las roñosidades de su interior. Maltrana, con su raído macferlán y su sombrero de señorito pobre, pareció distraer de la lucha a esta ruda juventud.

Maltrana contestó con la firmeza del que dice verdad: Tengo aquí lo mejor de mi familia. El guardián no parecía satisfecho. ¿No vienen ustedes a pintar? preguntó de nuevo . Porque para pintar se necesita permiso. Isidro sonrió, echando atrás las aletas de su macferlán. ¡Pintar! ¡ Vaya una pregunta! ¿En dónde iba a ocultar los colores y la paleta?...

Maltrana atravesó el puente de Segovia, entrando después en la carretera de Extremadura. Vestía de luto. El macferlán, la odiada librea de la miseria, ya no pendía de sus hombros. La Suerte le trataba con menos rudeza al verle solo. Trabajaba, le admitían artículos en algunas revistas, le encargaban traducciones, vivía en una casa de huéspedes y ahorraba para pagar a la nodriza de su hijo.

Un macferlán de un negro rojizo servíale de abrigo, y por entre las solapas mostraba con cierto orgullo su único lujo, el lujo de la juventud mísera, una gran corbata de colores chillones, que ocultaba la camisa, y un cuello postizo, alto, de rígida dureza, pero cuyo brillo había tomado, con el uso, una blancura amarillenta de mármol viejo. ¿Qué hay de política? dijo otra vez el empleado.

El emprendía la marcha desfallecido, sin otro lastre que una taza de café recalentado o una copa de aguardiente, unas veces bajo la lluvia que se introducía por las rotas suelas de sus zapatos, otras sacudido por fríos huracanes que agitaban las mangas de su macferlán con aleteo de pajarraco fúnebre. Una mañana, al salir de casa, se detuvo asombrado.

El joven extendió sobre el cuerpo de ella un traje de percal y la poca ropa blanca que colgaba de unos clavos. Estas telas sutiles eran de un abrigo ilusorio. La enferma seguía estremeciéndose, y el pobre Isidro, que temblaba de frío, se quitó el macferlán para añadirlo a la cubierta. Era una noche terrible. Maltrana paseábase por el cuarto como si estuviese en medio de la calle.

Los gitanos permanecían en sus tabucos, ahumándose junto a las hogueras. En la casa de los amantes, ni pan ni fuego. Feli vestía sus ropas de verano, sin otro abrigo que un mantón comprado en una casa de préstamos. Isidro conservaba aún aquel macferlán de color indefinible, que era como la librea de su miseria.

Me siento sin fuerzas. Además, estoy algo borracho. ¿No me lo conoces?... Por fin, una mañana se mostró resuelto: quería verla. Adivinábase cierta preparación en su aseo exterior, como si acudiese a una entrevista amorosa. Iba recién afeitado; ocultaba algo bajo las aletas del macferlán, que parecía menos viejo después de unos cuantos pases de cepillo.

El frío, colándose bajo el sutil macferlán, hacía temblar al fusilador de bibliotecarios e implacable destructor de museos.