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Creo que muy poco te ocupas de esas señoritas, amigo mío; lo que miras es el suelo, y con tal persistencia, que hace un momento creía que te ejercitabas en clasificar científicamente las piedras de los caminos. Te engañabas, Jaime. El tono seco de la réplica puso fin a las bromas del recién llegado.

¡A descansar! ¡á descansar! ¿Conque sabéis al fin que es el duque de Lerma? ¿Conque os habéis arreglado? Todos se arreglan menos yo. Vamos, amigo mío, que es ya tarde. ¡Que es ya tarde! dijo Montiño siguiendo á doña Ana que se encaminaba á unas escaleras ; decídmelo á mi, que he estado dos horas arrinconado en el pasadizo, y temblando, más encogido que un orejón.

El joven se embrollaba más y más. En fin, tía Liette, me sería muy penoso el no ir, confesó francamente. Por las tranquilas facciones de la solterona se deslizó la sombra de una duda. Entonces, me es doblemente penoso el insistir, hijo mío, pero te lo ruego, no vayas a esa cacería dijo con dulce firmeza.

¡Dónde estás, dónde estás, amigo mío! Ora acaso gala y brío mostrarás cabe el Elba o Reno frío. Fiera lid, fiera lid y sus azares prefieres, o ir por mares, bravo Cid, a este suelo de azahares. No más ya, no más ya tu mente amada en placer embelesada llorará los vergeles de Granada. Pienso en ti, pienso en ti con dulce empeño cuando el plácido beleño me da, , con tu imagen blando ensueño.

No, no; esa mujer no se habrá atrevido... Yo lo sabré, yo lo comprenderé, y doña Clara no volverá á leer en mi alma, porque me ha avisado. ¡Y Dorotea!... ¡Dorotea! ¡la hija de aquella otra Margarita, infeliz!... ¡la acusan aquí!... ¡en esta carta! ¡ella y ese Gabriel Cornejo pueden comprometer á la reina!... ¡Dios mío! ¡Dios mío!

Estar libre de rencores prosiguió Lázaro en voz muy baja: ¡amar sin recelo, sin temor; despreciar el mundo, las traiciones, las asechanzas; hallar regocijo en las persecuciones, y sacar consuelo hasta de las desventuras!... ¡Oh, qué feliz es usted...! Después de una pausa, la voz de la mujer mística resonó como un eco lejano para decir: No, amigo mío: yo no soy feliz; soy muy desgraciada.

No es eso, hijo mío, no es eso respondía el Obispo sofocado, con ganas de meterse debajo de tierra.

Después de censurar con breves y enérgicas palabras la acción de todos, ordenó a Plácido que le siguiese, y le llevó a su celda. En balde he esperado, hijo mío, hacer de ti un dechado de santidad y de paciencia, para que con el tiempo llegases a ser mi sucesor en el gobierno de esta abadía. todo lo ocurrido y no me atrevo a culparte.

Sentí, de improviso, que un frío glacial me invadía, como si, emanado de su cuerpo, se trasladara al mío. ¿Ves? ¡ misma sientes que tengo razón! murmuró, alzando hacia sus grandes ojos inquietos. Estás loca dije, esforzándome por reír. Continuaba sintiendo en todo mi cuerpo ese helado calofrío. Un vago sentimiento me decía que Marta podía muy bien no equivocarse.

Por fin el gitano se arrancó de los dos brazos que le estrechaban amorosamente, puso el pie en la escala de seda y la subió con su acostumbrada agilidad. La monja, sentada al pie de la palmera, seguía todos sus movimientos con la mirada inquieta. Hasta la noche decía ella , hasta la noche, dueño mío, amor mío.