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Felizmente entrábamos en el bosque. Mi camarada se acurrucó tras una pequeña encina, yo me coloqué junto a él y ambos estuvimos allí ocultos, mirando por entre las hojas. En los campos oíase un terrible fuego de fusil.

Esa fama goza repuso Castro un poco inquieto ya. Tiene muchos admiradores. ¿No es usted uno de los entusiastas? ¿Quién se lo ha dicho a usted? Nadie; lo supongo. Hace usted bien en suponerlo. Su tía es, a mi juicio, una de las señoras más hermosas y distinguidas de Madrid.... Vaya, hasta otro rato, Esperancita. Y le alargó la mano con un aire displicente que hirió a la niña.

El paisano se dice: «Mi hijo ha de ser paisano como yo; poco importa que no aprenda a leer ni escribir, con tal que sepa ganar dinero y tenga fortunaAsí, léjos de enviarle a la escuela, le asocia á todos sus trabajos, le hace siervo del campo y del arado, y le trasmite rigorosamente sus preocupaciones y costumbres.

Mirando al profesor con lástima, Maxi dijo a su esposa: «Este buen señor está tocado. Me da mucha lástima, porque lo que es andar mal de la cabeza. Si él quisiera seguir mi plan, yo me comprometía a ponerle como nuevo».

Después de la reunión que acabo de describir, la guerra había estallado entre Buenos Aires y la Confederación, y aunque mi propósito no es consagrar muchas páginas a la política, necesito contar la parte que yo tomé en el entusiasmo guerrero de aquellos días.

He rogado a mi padre que me preste unos cuantos libros de literatura y de historia; cuando esté acostumbrada a los asuntos que son el objeto habitual de la conversación, acaso mi inteligencia será más flexible y más despierta y pareceré menos tonta. Todas las personas que me rodean saben reír y bromear y como yo no , debo de parecer terriblemente fastidiosa.

Encendió el apagado puro, tomó aliento, se pasó la mano por los bigotazos, y prosiguió en tono dulce, persuasivo, apacible, como si quisiera agradar a sus interlocutores: Vean ustedes: el mundo siempre ha sido mundo; corrupción la hubo siempre; por algo mandó Dios el Diluvio. ¿Quién se atreve a tirar la primera piedra? ¿Vamos, quien? ¿Usted, Licenciado? ¿Usted, mi señor don Cosme?

Lo único que mitiga un tanto la enormidad de mi delito es la mala opinión que tenía yo entonces de casi todas las mujeres. Si lo hubiera previsto... me hubiera guardado bien de pretender á Doña Blanca. Aunque no hubiera habido otra mujer en la tierra... su corazón hubiera quedado entero para D. Valentín, sin que yo se le robara.

No... el día que yo llegue a amar, amaré como ninguna. ¿A ? No lo , a cualquiera; a usted, si es capaz de hacerme feliz, a otro, si usted no lo es... En aquel momento comenzaba a amanecer; el primer albor del día dibujábase tras de las torres de San Francisco y el horizonte empezaba a teñirse débilmente de tintas rojas.

Aquella perpetua crítica ejercida sobre mismo, aquel mirar implacable, tan pronto amigo como enemigo, siempre molesto como un testigo y desconfiado como un juez, aquel estado de permanente indiscreción respecto a los actos más inocentes de una edad en la que se reflexiona poco, todo aquello me sumió en una serie de angustias, de dudas, de estupores o excitaciones que me conducía directamente a una crisis.