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Viéndole así don Quijote, le dijo: -Yo creo, Sancho, que todo este mal te viene de no ser armado caballero, porque tengo para que este licor no debe de aprovechar a los que no lo son. -Si eso sabía vuestra merced -replicó Sancho-, ¡mal haya yo y toda mi parentela!, ¿para qué consintió que lo gustase?

Yo no te digo que vengas a mi balcón, porque.... Yo que vas al balcón de la directora.

Y el mismo autor añade «que llegando á la presencia de la Virgen, y puestos los ojos en ella, le dijo la mujer: Señora mía: Vos sois testigo de que este hombre, invocando á vos, me dió palabra de ser mi marido, y mediante ello me obligó. Dicho esto, la imagen bajó la cabeza como afirmando la verdad de lo que la mujer decia, y el caballero quedó convencido

No puedo decirte en pocas palabras lo que he hablado con ese buen señor; pero puedo asegurarte que tiene por ti un cariño bastante parecido a la idolatría.... Cuando este pensamiento mío empezó a atormentarme el cerebro fui a ver a mi hombre. No qué agitación, qué falta de asiento y aplomo encontré en él.

Además, Oliverio procedía de París, y en ese hecho se apoyaba la gran superioridad con que a los otros vencía, y que, si no para mi tía, para nosotros las resumía todas.

Una nube oscura vino a pasar, semejante a un sudario, y fué entonces que me volví hacia ti, Estrella del Sur, orgullosa en tu gloria lejana. Y ahora me será más querida tu luz, porque lo que me traes de más magnificente a través del cielo nocturno, es la alegría de mi corazón, y yo prefiero tu discreto y lejano resplandor a esa llama cercana pero más fría!

Que si lo estuvieron antes Esas dos almas amantes Hoy forman una no mas. ¡Adios, adios! si el ruego del que adora Llega al oido que mi voz implora, Tu nombre subirá al trono de Dios, Y en alas de los ángeles llevado Mientras al cielo suba atribulado, Murmuraré en la tierra ¡adios, adios!

Pense yo que no tenia Amor poder entre esclavos; Mas en sus recios clavos Muestra mas su gallardìa. Qué buscas en la miseria, Amor, de gente cautiva? Dexala que muera ó viva Con su pobreza y laceria. No ves que el hilo se corta De esa tu amorosa estambre Aqui con sed y con hambre A la larga ó á la corta?

Cayóme a muy en gracia oírle decir esto, como si él fuera muy albillo o moscatel.

Despechada entonces la muchacha, partió la naranja y vio que por dentro era como las demás. Se la comió, y le supo a lo mismo que cuantas naranjas había comido antes. Ya apenas dudó de que había soñado. Ningún objeto tengo, añadió, con que convencerme a propia de la realidad de lo que he visto; mas iré a ver a la Princesa y se lo contaré todo, por lo que pueda importarle.