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Ante sus ojos el mundo que soñó se desvanece pronto, y en su lugar, irguiéndose asesino, otro mundo de prosas y mentiras acaba de matar del pecho joven el último ideal .................................... Ya vemos asomar los dedos lívidos de la cruel tragedia, que por entre la puerta sin cerrojos del corazón humano intenta introducir toda la mano.

A pesar de tener cabe un brasero con lumbre, Ramiro sentía colarse por las rendijas ese estremecimiento glacial de la atmósfera que anuncia la nevasca. Las losas de la calle y los sillares de los palacios tomaban tonos lívidos, ateridos. El viento ululaba.

Nuestros semblantes se iban poniendo lívidos..... Una claridad fúnebre, que ya no era semejante á la de la luna, sino á la de la luz eléctrica, alumbraba fantásticamente la ciudad y las ruinas del Anfiteatro. Las nubes tomaban un color gris como el de la ceniza. El mar continuaba obscureciéndose.....

Y la doncella, que acababa de encender luz, vio a su señora pálida, con una blancura mate, los ojos desmesuradamente abiertos, los labios lívidos, andando erguida con dolorosa tensión, como si no moviese los pies, como si la empujara una mano invisible. Beppa gimió. ¡Se ha ido! ¡me deja!...

Delante de la iglesia, en la plaza de armas, se hallaban parados quince o veinte carros de heridos procedentes de Leipzig y de Hanau. Aquellos desgraciados, pálidos, lívidos, la mirada lúgubre, unos ya amputados, otros que no habían sido curados siquiera, esperaban tranquilamente la muerte.

Cayé vió que poco podía esperar de aquel delirio, y se inclinó disimuladamente para alcanzar a su compañero de un palo. Pero el otro insistió: ¡Andá al agua! ¡Vos me trajiste! ¡Bandeá el río! Los dedos lívidos temblaban sobre el gatillo. Cayé obedeció; dejóse llevar por la corriente, y desapareció tras el pajonal, al que pudo abordar con terrible esfuerzo.

Hablábanle de Dios, y contestaba, en voz apenas perceptible, modas o viajes; queríanle recordar cosas tristes, y la desventurada, sin soplo vital casi, decía alguna festiva ocurrencia, que tomaba color de cementerio al pasar por sus lívidos labios. Toda la retórica piadosa de Lucía se estrellaba ante la invencible y benéfica ilusión de la hora postrera.

Cuando volví a la travesía de la Concepción, las ventanas de mi cuarto estaban cerradas, y la vela expiraba con resplandores lívidos, en su palmatoria de latón.

Y estas luces iban pasando en su gradación por los más diversos colores: violeta, púrpura, rojo anaranjado, azul, y, sobre todo, verde. Los pulpos gigantescos se iluminaban al percibir la proximidad de una víctima como soles lívidos, moviendo sus brazos de mortífero tirón.

Pero luego, las propias sábanas de Holanda de mi lecho, tomaban ante mis ojos despavoridos los tonos lívidos de una mortaja; el agua perfumada en la que me bañaba se pegaba a mi piel, con la sensación espesa de sangre que se coagula; y los pechos desnudos de mis amantes, me llenaban de tristeza, como lápidas de mármol que encierran un cuerpo muerto. Después me asaltó una amargura mayor.