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Justo, para dejarle a usted en blanco, después de haberlos servido... ¡Si anda ahora una pillería!... concluyó Lépero, fingiendo cierta indignación, como si quisiera conmover al tabernero. Y ¿qué pleito es ése? preguntó don Simón.

Aquí hay que hacer un esfuerzo, don Simón dijo Lépero mientras el tabernero volvía . Es preciso, aunque sea con repugnancia, beber, y beber de largo. Pero, hombre respondió don Simón asustado , ¡si yo no pruebo jamás el vino! Es que nunca ha sido usted candidato. En fin, haremos un esfuerzo exclamó éste con heroica resignación.

Conque, en resumen, don Jeromo concluyó Lépero, poniéndose de pie, en lo que le imitaron los demás de la partida : quedamos en que, en igualdad de circunstancias, preferirá usted nuestra candidatura a las otras dos, y en que probablemente la votará usted con toda su gente. ¡Ya, ya! respondió con su muletilla de costumbre el tabernero.

En efecto repuso Lépero atajándole : no es el mismo regente a quien usted conoce, sino a la persona que más le domina. Repare usted, don Celso... Nada, nada, amigo don Jeromo continuó Lépero desentendiéndose de los escrúpulos del candidato... Y advierta usted que esto no va como favor, ni mucho menos.

¡Una verdadera infamia! le respondió Lépero guiñándole el ojo . Un supuesto contrabando, por el cual han formado causa a este pobre hombre, y le están arruinando miserablemente. ¡Eso digo yo! suspiró don Zambombo, bamboleando de un hombro a otro su monstruosa cabeza. Pues, amigo mío dijo don Celso , jamás hallará usted mejor ocasión que ésta para salir airoso en su empeño.

Los otros cinco auxiliares eran por el estilo; pero no tan famosos ni tan fuertes, aunque lo eran mucho, como don Celso. Y volvamos a la historia. Al pasar cerca de un pueblecillo, después de tres horas de marcha continua, dijo Lépero a don Simón: Aunque a esta gente la conceptúo nuestra por completo, será muy conveniente que se detenga usted un instante a saludar al que la maneja a su gusto.

¡Bravo! ¡Bravo! gritó a coro su estado mayor. ¡Ya, ya! gruñó por cuarta vez el tabernero, sacando una mano del bolsillo para rascarse el cogote sin quitarse el sombrero. ¡Esto es hablar como un libro, don Jeromo! exclamó Lépero . ¡Que vaya este hombre a las Cortes; que vayan muchos como él, y España se pone camisa limpia! ¡Ya, ya!... Pero... murmuró Cuarterola.

Era, además, alcalde perpetuo de su pueblo, y consejero nato de media docena de Municipios limítrofes, y estaba muy bien relacionado con gentonas de Madrid, que le debían favores semejantes al que estaba dispensando a don Simón. Llamábase don Celso Lépero, y era el autor de la carta que dejamos reproducida más atrás.

Pero... qué, ¡hombre de Dios! ¿Acabará usted de romper a hablar? le dijo Lépero ya exasperado. Vamos a ver qué tiene que objetar el bueno de don Jeromo añadió don Simón afablemente. Pues digo repuso el tabernero perezosamente y con voz aguardentosa que todo lo que usted dice está muy bien dicho... En tal caso...

Verdad es dijo don Celso riéndose . Me olvidaba de que esto es también estanco donde se venden los sellos de franqueo. Traiga usted uno por nuestra cuenta. Obedeció Cuarterola. Volvió con el sello; pególe a la carta Lépero, y al devolvérsela al tabernero, le dijo: Ahora veamos cuánto se le debe a usted por todo.