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»¿Qué cosa es que, siendo V. md. la gloria de nuestra nación, logre con tanta flojedad este timbre, que no se acuerde de la obligación en que le impone, para no dejar aventurado el lustre que á todos los españoles nos resulta en sus obras, en la contingencia de su desperdicio?

En prueba de lo dicho acerca de las diferencias que hubo entre las casas sevillanas del siglo XIV, y las del XVI véase lo que dice el historiador Morgado, en el capítulo que lleva el siguiente epígrafe «Del nuevo adorno exterior de las casas de Sevilla ... etc. Todos los vecinos de Sevilla «labran ya las casas á la callelo cual da mucho lustre á la ciudad.

Dejando esta ciudad, atravesé el Cachimayo y el Pilcomayo, y bien pronto elevándome cada vez mas sobre las montañas llegué á Potosí, ciudad de riqueza proverbial; la que por el producto extraordinario de sus minas de plata, ha dado á la España una parte del lustre de que esta ha gozado durante los últimos siglos.

Con magestad real, con inaudita Pompa llegó, y al pie del monte para Quien los bienes del monte solicita: El Licenciado fue JUAN DE VERGARA El que llegó, con quien la turba ilustre En sus vecinos medios se repara. De Esculapio y de Apolo gloria, y lustre, Sino digalo el santo bien partido, Y su fama la misma envidia ilustre.

La que debe tener lustre es el alma, no el calzado. Parece mentira que los humanos demos tal valor a estas niñerías. ¡Injusto estuve con la pobre chiquilla! ¡Inocente y angelical criatura! Soy un animal... ¿Pero quién es el guapo que de estrellas abajo entiende y practica la justicia? El tenido por justo hace setenta y dos barbaridades cada día.

Tal era el nombre que le había dado Ester, no porque tuviese analogía alguna con su aspecto, pues no tenía nada del blanco, tranquilo y frío lustre que podría indicar la comparación; sino que la llamó "Perla," por haberla obtenido á un gran precio, por haberla comprado en realidad con todo lo que ella poseía, con lo que era su único tesoro. ¡Cuán singular era todo esto!

Toma vanidad, toma lustre». Incapaz Isidora de desarmar a su verdugo, aunque lo intentó devolviendo cólera por cólera, hubo de rendirse al fin, y sucumbió diciendo con gemido: «Por Dios, tía, no me pegue usted más». En sus veinte años, Isidora tenía menos fuerza que la sexagenaria Encarnación.

Se había levantado y paseaba, enfundadas las manos en los bolsillos; francamente, y con el respeto debido: S. E. tenía una facha muy lastimosa; a la luz del balcón, el paño negro de su traje mostraba un lustre indiscreto, sin duda del mucho uso, los golpes de grasa aparecían sin recato, y la caspa sobre hombros y espalda, tan visible, que se diría haber estado expuesto a espesa nevada.

La concurrencia era abundante, pero no de primer lustre. Precisamente lo que la marquesa quería. Gentes de buen pelaje: de tierra adentro las más, pero sin llegar a Madrid.

Las señoras Micaelas me desbastaron, y mi marido y doña Lupe me pasaron la piedra pómez, sacándome un poco de lustre. ¿Por qué no nos habíamos de tratar, olvidando aquellas bromas que nos dijimos?... Esto en el caso de que sea honrada, porque si no, no me rebajo. Cada una tiene su aquel de honradez».