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Rara vez cruza este desfiladero la gente de los contornos, porque el Blutfeld tiene algo de siniestro, sobre todo en invierno, a la luz de la Luna.

Esta extensión de las llanuras imprime, por otra parte, a la vida del interior cierta tintura asiática que no deja de ser bien pronunciada. Muchas veces, al salir la luna tranquila y resplandeciente por entre las hierbas de la tierra, la he saludado maquinalmente con estas palabras de Volney, en su descripción de las Ruinas: La pleine lune

Español, batía el remo en las liburnas romanas; cristiano, tripulaba las naves sarracenas en la Edad Media; súbdito de Carlos V, pasaba, por un azar guerrero, de las galeras de la cruz á las de la media luna, y llegaba á ser reis de Argel, rico capitán de mar, haciendo famoso su nombre de renegado.

De todas suertes, ¡qué cuarto acto tan poético! El Guadalquivir allá abajo.... Sevilla a lo lejos.... La quinta de don Juan, la barca debajo del balcón... la declaración a la luz de la luna.... ¡Si aquello era romanticismo, el romanticismo era eterno!...». Doña Inés decía: Don Juan, don Juan, yo lo imploro de tu hidalga condición...

Peor les trata <i>El Robespierre Español</i>, que dice: «<i>El antiguo edificio romanesco-gótico-moruno de las preocupaciones caerá, y quedaranse a la luna de Valencia tanto vampiro, cárabo y lechuzo como...</i> Lámparas mata y el aceite chupa». Pero veamos qué dice <i>El Concisín</i>.

Ivona continuó: Que hayas arrojado al mar a tu bienhechor después de haberle dado de puñaladas, pase; tu alma irá a Teus; pero que hayas herido a Melia sin matarla, eso está mal; porque para seguirte, ella ha abandonado ese bello país donde se crían los venenos más sutiles, donde las serpientes juegan y se enlazan a la claridad de la luna, confundiendo sus silbidos, donde el viajero oye, estremeciéndose, el estertor de la hiena, que grita como una mujer a la que se estrangula; ese bello país, donde las víboras rojas producen unas mordeduras mortales, que llevan en las venas una sangre que las corroe.

Los egipcios colocaban en el calzado placas labradas de oro y plata. El calzado de los sátrapas persas era una joya valiosísima. Los patricios y senadores romanos usaban botas de piel encarnada, con una media luna de plata, la luna patricia. Pasemos a tiempos más próximos a los nuestros y recordemos a los papas, a los emperadores, a los duques venecianos.

Este gran silencio del campo, después del inmenso bullicio de París, ¡es adorable! Quedémonos ahí, sin decir nada. Miremos el cielo, la luna y las estrellas. Los cuatro, con sumo placer, ejecutaron este pequeño programa.

Pero creyó escuchar de nuevo el ay tristísimo. ¿Serían los perros? Asomóse a la ventana: la luna bogaba en un cielo nebuloso, y allá a lo lejos se oía el aullar de un perro, ese aullar lúgubre que los aldeanos llaman ventar la muerte y juzgan anuncio seguro del próximo fallecimiento de una persona. Julián cerró la ventana estremeciéndose.

¿Cómo debe? -respondió Sancho-. No debe nada a nadie, que todo lo paga, y más cuando la moneda es locura. Bien lo veo yo, y bien se lo digo a él; pero, ¿qué aprovecha? Y más agora que va rematado, porque va vencido del Caballero de la Blanca Luna.