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Pero no entraré en el estudio integral del carácter literario de Clarín, como creador de obras tan bellas en distintos órdenes del arte y como infatigable luchador en el terreno crítico. Su obra es grande y rica, y el que esto escribe no acertaría a encerrarla en una clara síntesis, por mucho empeño que en ello pusiera.

Juan, por lo demás, no chocaba ya las ideas exageradas que tenía respecto a la necesidad de cierto esmero en el vestir; por lo contrario, la simplicidad elegante del joven le gustaba, se armonizaba con su naturaleza de luchador infatigable, que no economizaba ni su tiempo ni sus fuerzas.

Su situación material me era desconocida. La suponía difícil; pero era ése un asunto acerca del cual me parecía imprudente hablarle. Tan sólo algunas veces el continente de aquel incansable luchador delataba a su pesar, no vacilaciones, pero sufrimiento. El estoico Agustín no decía palabra.

Bilbao hablaba de Sánchez Morueta con admiración: sonaba su nombre á todas horas. Mientras los demás dormían, él había visto claro; cuando la gente comenzaba á despertar, ya era él millonario. Tras sus espaldas de luchador victorioso marchaba una corte de ingenieros, contratistas y tardíos buscadores de la fortuna. «Tu primo está loco escribía el señor Juan á su sobrino.

Tenían un gesto de luchador, con la boca tirante, los ojos feroces, y avisadas por el instinto de esta transformación, apenas se separaban del juego sacaban del bolso de mano el espejito, los polvos, el colorete, para remediar y borrar su pasajera decadencia. Las de aspecto más digno y correcto se mostraban á veces las más atrevidas.

Fue creciendo la edad, y acordó el padre de Quiteria de estorbar a Basilio la ordinaria entrada que en su casa tenía; y, por quitarse de andar receloso y lleno de sospechas, ordenó de casar a su hija con el rico Camacho, no pareciéndole ser bien casarla con Basilio, que no tenía tantos bienes de fortuna como de naturaleza; pues si va a decir las verdades sin invidia, él es el más ágil mancebo que conocemos: gran tirador de barra, luchador estremado y gran jugador de pelota; corre como un gamo, salta más que una cabra y birla a los bolos como por encantamento; canta como una calandria, y toca una guitarra, que la hace hablar, y, sobre todo, juega una espada como el más pintado.

El millonario sintió simpatía por el joven desde el primer instante. Tal vez era la fuerza del contraste entre su rudo cuerpo de luchador y la delicadeza de aquel meridional que ocultaba sus energías, su viveza de carácter, bajo un exterior suave de efebo bigotudo «Parece un tenor» se dijo el millonario al conocerle.

El aislamiento y el alcohol aceleraron el proceso de su agotamiento moral y cuando un resto de luz iluminaba su cerebro haciéndole mirar hacia atrás con vergüenza o hacia adelante con miedo se consolaba pidiendo un mate a Ramona o bebiendo otra copa de cognac para reír en seguida como un luchador que se conquista un triunfo.

Aceptado, y basta de charla, dijo Tristán adelantando el pie izquierdo, echando hacia atrás el cuerpo y abriendo y cerrando las enormes manos. El arquero, aunque de estatura mucho menor, tenía músculos de acero y era luchador experto. Acercóse con cauto paso á su adversario, que le miraba con ceño, erizada la roja cabellera y pronto á asirle entre sus garras.

contestó el millonario con sencillez. Me sienta perfectamente: no tienes más que mirarme. Sánchez Morueta parecía repuesto de su crisis. Nada quedaba en él del enfermo que había visto Aresti en su última visita á Las Arenas. Su mirada era tranquila, con una fijeza serena: el color sanguíneo de sus primeros tiempos de luchador había vuelto á animar su rostro.