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Andrés Garín, religioso de la Orden de Santo Domingo; Manuel Don Lope, noble de Zaragoza; Alejandro Toregli, banquero de París, natural de Luca, y otros testigos.

Antes, cuando se veía a Belarmino, había que pensar: San Francisco, el de Asís, debía de ser una persona semejante, en el rostro. Ahora, Belarmino era cabalmente el remedo animado del San Francisco, de Luca de la Robbia; puras y pueriles facciones, ojos vitrificados, anchas las sienes. También Platón tenía las sienes anchas.

Y ustedes, ¿por quién enseñan? ¡Oh, el cardenal de Luca!... ¿Qué dice usted?... ¡Diez y siete volúmenes en folio!...» Es verdad que el viajero que se acerca a Córdoba busca y no encuentra en el horizonte la ciudad santa, la ciudad mística, la ciudad con capelo y borlas de doctor.

9 El dichoso en Zaragoza, del Dr. D. Juan Pérez Montalbán. 10 Los bandos de Luca y Pisa, de Antonio de Acevedo. 11 La playa de Sanlúcar, de Bartolomé Cortés. 12 Origen de Nuestra Señora de las Angustias y rebelión de los moriscos, de Antonio Fajardo y Acevedo. 1 Juegos olímpicos, de D. Agustín de Salazar. 2 El mérito es la corona, del propio autor. 3 Elegir al enemigo, del propio autor.

Pero cuando el demonio triunfa de este modo de los pobres frailes, baja del cielo el Niño Jesús y lo condena, para castigar su maldad, á transformarse á su vez en fraile francisco, y á predicar en público y recoger limosnas, hasta que se edifique otro convento mayor para la misma orden, por la piedad que despierte en los habitantes de Luca, y con los dones y riquezas que se granjee.

El diablo Lucifer ha conseguido con sus artificios exasperar sobremanera á los habitantes de Luca contra los frailes franciscos; nadie les da limosnas, se ven en la mayor necesidad, casi á punto de morir de hambre, y por último, les ordenan los magistrados de la ciudad que abandonen su convento y que se repartan por el mundo como puedan.

Nunca había reunido el Emperador una flota tan imponente. Era en Octubre. El experto Doria ponía mal gesto. Para él no existían en el Mediterráneo otros puertos seguros que «Junio, Julio, Agosto... y Mahón». El Emperador se había retrasado demasiado en el Tirol e Italia. El papa Paulo III, al salir a su encuentro en Luca, le había profetizado desgracias por lo avanzado de la estación.