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Cuando Lorenzo decía estas palabras llegaron a su lado Melchor y Ricardo, que reían desconsideradamente. ¿Cómo te caíste? le preguntó éste. ¡Qué pregunta!... si no me caí; vi que empezaba a corcovear y resolví bajarme... ¡qué pavada!...

Pongamos punto final, ché Lorenzo, si vas a argumentarme con las madres... Son argumentos excesivos... y de los que seguramente no pienso como . Lorenzo se disponía a contestar; pero se limitó a mirar fijamente a Melchor que al notar su silencio se inclinó sobre la mesa para buscar, por debajo de la gran lámpara colgante, la cara de su amigo que se había parado al otro extremo de la mesa.

Cuando quiera, estamos listos. Bueno, don Saverio, haga llevar al cuarto café con leche, pan y manteca, bien servido, ¿eh? y con el mate en la mano se dirigió al dormitorio de sus compañeros, a quienes dijo: ¡Muchachos!... ¡Aquí está la Pampita! ¡El qué? exclamó Ricardo, irguiéndose rápidamente en la cama, al mismo tiempo que Lorenzo se incorporaba también. Que ya es de día... contestó Melchor.

En la parte posterior de la casa continuaba el jardín hasta el punto en que empezaba el monte de frutales y era de tal modo vibrante y compacto, si puede decirse, casi aturdidor, el cantar matinal de los pájaros, que hizo exclamar a Lorenzo: Parece una pajarera esta casa. ¿Has visto?... ¡Cuánto pájaro! ¿eh?

Ha visto en esta muchacha un conjunto de cualidades de primer orden, casi excepcionales, y no tiene nada de extraño que se sienta inclinado a ella. Eso estaría muy bueno después de tratarla un tiempo. No, Lorenzo, mira: en la vida, generalmente, se toma novia como se toma casa: casi siempre por el aspecto.

Bajo el corredor quedaron con Baldomero, Lorenzo y Ricardo tomando mate y comentando el deseo de Melchor de montar al Platero, redomón que lo era aún y que podía dar una sorpresa; pero las órdenes de Melchor se cumplían al pie de la letra y momentos después el Platero ensillado giraba amenazante y piafando alrededor del pilar de la caballeriza en que había sido atado.

Tiene muy buen tranco, realmente. contestó Ricardo; pero el tuyo es más bonito. ¿Quieres... cambiar?... No; voy bien, en éste. Lolita hace lo que quiere en ese caballo dijo Melchor. ¡Quién fuera Lolita! pensó Ricardo. ¡Quién podrá hacerlo con este monstruo! pensó Lorenzo. Lo que despuntemos este alambrado, podremos galopar. ¿Para... qué?... Melchor... no... tenemos... apuro...

Vamos en seguida, Baldomero; háganos poner estas cosas en el break. Y diga, don Lorenzo, ¿por qué no le hablan a don Melchor?... puede que cambie. Es inútil, Baldomero, él ha visto perfectamente que nos vamos y no nos ha dicho ni una palabra... ¡Cómo ha de ser!... ¡Hágalo por los viejos! dijo Baldomero dejando caer unas lágrimas que quedaron como engarzadas en las puntas de su barba entrecana.

¡Divina! pensaron simultáneamente Lorenzo y Ricardo al aparecer la Pampita, a quien fueron presentados por Melchor y de quien recibieron un saludo despojado de toda afectación. ¿Y el mate, hijita? Ahí lo trae el «ñato», tata repuso ella tomando una silla y sentándose con la majestad de una reina y la sencillez de una niña.

El termómetro lo confirma, Lorenzo; a las diez marcaba 39 grados. ¡Cómo estarán en Buenos Aires, ché, Melchor! Ya ves... y decías que es preferible vivir allá. Con todo, ché: los ventiladores... los baños... los helados... En cambio aquí refresca a las tardes, y las noches son siempre soportables, cuando menos. ¿Lloverá hoy? preguntó Ricardo.