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Lo mismo nos pasa a nosotros, Baldomero; ¿pero qué quiere que hagamos?... ...¡Es una fatalidad!... Así es, Baldomero... y para es una pena como usted no se imagina... ¡Háblelo, don Lorenzo...! usted puede mucho... dígale cómo está el viejo... ¡lléveselo, señor!... ¡lléveselo por lo que más quiera!... aquí va a ser su perdición...

¡Ah! pensaba Melchor, contemplando furtivamente a sus dos amigos. ¿Qué dirán en casa de Lorenzo y en casa de Ricardo, cuando vuelva con ellos, como van a volver, curados de tristezas y de pavadas?...

Melchor los tomó y leyendo ávidamente la dirección de cada uno los repartió diciendo: Este es para ; señor Lorenzo Praga; señor Ricardo Merrick; éste también es para . De mamá, que están todos buenos dijo Lorenzo. Lo mismo en casa agregó Ricardo. Por casa también, sin novedad; el otro es de Clota.

Lorenzo Hurtado, uno de los fundadores de la cofradía de Nuestra Señora de la Novena, tantas veces citada en el tomo anterior, que sobrevivió, al parecer, largo tiempo á todos los demás fundadores de esta hermandad, y que fué muy notable en las representaciones del teatro del Buen Retiro.

¿Y la de su fin? le preguntó Ricardo. ¿Cómo la de su fin? , Lorenzo, porque suponiendo que haya un Dios creador del universo, admitiendo lo que no es difícil, que Dios existe y que ha hecho todo eso, yo me pregunto: ¿para qué diablos lo ha hecho?...

Mi amo queda haciendo penitencia en la mitad desta montaña, muy a su sabor. Y luego, de corrida y sin parar, les contó de la suerte que quedaba, las aventuras que le habían sucedido y cómo llevaba la carta a la señora Dulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba enamorado hasta los hígados.

Aquella fiesta dejó en el espíritu de Lorenzo, de Ricardo y aun de Rufino, una penosa impresión que se trasmitieron mutuamente mientras Melchor, que la había engendrado, tomaba el baño que todas las tardes le preparaba Ramona. Yo no me debo meter, niño; pero, en mi sentir, don Melchor va mal decía Rufino, y diga que don Baldomero no le pierde pisada...

Sin duda no era falsa la visión, porque Tiburcio y los marinos afirmaban que la habían visto, aunque pronto se había perdido en la sombra. El piloto Lorenzo Fréitas afirmaba más aún porque su vista era perspicaz como la del águila.

Durante el almuerzo, Melchor tuvo extremadas atenciones con sus vecinas a una de las que le dijo en los primeros momentos y en tono confidencial: Parece que mi amigo Lorenzo ha simpatizado con su hermanita... ¡Oj!... mi «guérmana» no «está» para un señor así. Pero usted ... para eso y mucho más...

¿Otra cosa, caballeros? volvió a preguntar el mozo poniéndose la servilleta bajo el brazo y apoyándose con ambas manos en la orilla de la mesa. Una tortilla de yerbas... ¿qué les parece? dijo Melchor. Por , no. Entonces, ¿quemada, con azúcar? Por , no insistió Lorenzo, agregando: Para , café. Y para también. Bueno; mozo, tráiganos café. ¡Conforme! repuso el mozo, alejándose.