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Los chicos, morenos, casi negros, delgados y medio desnudos, que se colgaban a sus faldas, parecían, en efecto, lombrices. ¿Quiere su mersé esperá un momento aquí a que de senar a los niños y los deje acostado? Respondí que prefería quedarme a la puerta de casa si me sacaba una silla, porque la noche estaba asaz calurosa, y así lo hizo.

Pero ninguno supera á la cina en eficacia contra las lombrices, no porque tenga la propiedad de destruirlas directamente, sino porque modifica admirablemente las secreciones mucosas intestinales y la nutricion, la hematosis. Esto depende indudablemente de que su accion con dósis débiles no puede obrar directamente sobre las lombrices.

Es evidente que al reparar la actividad digestiva, y modificar la vitalidad de la mucosa intestinal, destruye la condicion de existencia de las lombrices.

En este estado de cosas, no estando el sistema nervioso suficientemente regido y escitado, estallan varios desórdenes que conducen á la astenia por espasmos y temblores paralíticos, mientras que las sensaciones de plenitud, las congestiones pasivas, los infartos, las lesiones atónicas de los tejidos, las alteraciones de las secreciones mucosas y el desarrollo de lombrices denotan una caquexia enteramente especial.

Su instinto presagiábale en ellas una gran potencia de vida, teniendo en primer término, en su favor, su virtud purgativa. Aquellos habitantes no habían dejado de observar que esa purgación ayudaba á neutralizar los males de la época, las escrófulas y las llagas que son su consecuencia; al paso que su amargor parecíales un excelente antídoto contra las lombrices que atormentan á los niños.

De las demás clases del grupo de los anillados, sólo habitan en los mares y ríos filipinos la de los anilidos, cuyos órdenes, tubérculos, dorsifranquios y abranquios, encierran entre otras especies las lombrices de tierra y las sanguijuelas, que abundan en todos los lagos y riachuelos de tan riquísimo Archipiélago. Moluscos.

¡Qué han de enseñar...! exclamó don Guillén, riéndose alegremente . Comprendo, comprendo.... Quiere usted darme a entender que le he metido en el Seminario para un cuarto de hora solamente y que no desea usted dilatarse en este lugar ni un minuto más de lo imprescindible. Pues ya se ha cerrado la puerta a nuestra espalda. En las narices, en los ojos, en los oídos, en la lengua, en el tacto, en el alma, recibe usted una impresión de verdín, lo que en Pilares llaman verdín; ese moho fofo y viscoso que nace, junto con las lombrices de tierra, en los rincones húmedos, sombríos y silenciosos. Estaremos en uno de esos rincones un cuarto de hora justo; viviremos luego cien años, y no se despegará de nuestros sentidos aquella sensación de verdín, de cardenillo vegetal, de frío en los tuétanos y de contigüidad con exangües lombrices, dúctiles y ondulantes cirios de cera amarilla. Estos cirios eran, claro está, mis compañeros. Los más provenían de extracción humildísima, de las breñas y entrañas del terruño labriego; pertenecían a familias de aldeanos pobres, con el peculio preciso para pagar a uno de los varones la modicísima pensión del Seminario, por entonces poco más de una peseta diaria; eran de una raza intermedia entre la pura animalidad y un rudimento de especie humana. ¡Qué facies y qué cogote, señor...! Había colodrillos perfectamente planos y obtusos, en cuya intimidad no era posible que cupiese un cerebelo. Otros colodrillos eran exageradamente apepinados y piramidales. Yo me preguntaba: ¿Dónde se les va a situar a éstos la tonsura, si no tienen espacio? Algunos de los dueños de estos colodrillos se sientan hoy a mi lado en el cabildo catedral; todos ellos están revestidos de autoridad, e imperan, en alguna medida, sobre el régimen privado de las familias y el régimen público de la sociedad. Lo curioso es que aquellas selváticas y fornidas criaturas, de frente angosta, cejas unidas, ojos montaraces y piel bronceada, apenas entraban en el Seminario adquirían el color incoloro y exangüe de la lombriz y de la cera. Y lo cierto es que, aunque muy mal (garbanzos agusanados, lentejas entreveradas con guijas, sebáceos pendejos de carne, queso ratonado, avellanas y nueces vanas), comían mejor que en sus casas. ¡Inexplicable fenómeno!

Brera , célebre profesor de Pádua, habia entrevisto esta filiacion de los síntomas, cuando atribuyó la utilidad de este medicamento, en los casos de helmintiasis, á la accion dinámica, que combate, dice, la condicion orgánica propia al desarrollo de las lombrices. § III. Efectos terapéuticos.