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Ella misma se calificó de pastora y apellidó a Juanita inocente cordera, dándole a entender, casi con lágrimas y con entrecortados suspiros, el fundado temor que la afligía de verla entre las uñas y los dientes del lobo.

Pues bien, señor Pedro Lobo, voy a decírselo a usted para su gobierno. No digo que sea, pero puede ser el negro Octaviano. Acusarle sería inútil y hasta peligroso porque se pondría cierto lance en conocimiento de la justicia y porque no hay prueba alguna contra Octaviano.

Ignoro si esto que y puntualmente refiero llamará la atención de mis lectores; pero lo que les ha de causar sorpresa, ¡qué digo sorpresa!, asombro grandísimo, es el saber que me atreví a desafiar las iras del licenciado Lobo, del mismo Lobo de marras, no vacilando en arriesgarlo todo por esclarecer lo que tan hondamente me inquietaba.

Tal era la situación general; pero había dos sujetos, que acaso habían bebido más que los otros, que estaban más acalorados y que empezaron a mirarse con malos ojos por aspirar a lo mismo. Pedro Lobo y Arturito se empeñaron ambos en querer Merengue de fresa.

¡Diantre! ¡no había pensado en eso!... Y yo, un viejo lobo, me pongo tan turbado como ella. Habrá que avisar al ebanista digo. Mi querido Jorge dice ella con importancia; perdóname si creo que entiendo el asunto mejor que . ¡Hum, hum! le digo, amenazándola con el dedo, porque mi mayor placer ha sido siempre plantar en el banquillo su pudor de solterona.

Unas veces fuente, y otras roquedo... Unas veces los dientes arregañados de un lobo, y otras un resplandor. ¿Por qué dirán que estás loco, Fuso Negro? Dícelo él, por no trabajar. Lo dicen los rapaces por poder tirarme piedras. En todas las villas tiene de haber un loco y un mayorazgo. Ya baja la marea. Hoy las ondas no quisieron hacer nuestra suerte.

En cambio se apresura á lanzarse sobre la presa ya caída, sobre un enemigo que no puede defenderse. Hasta cuando un lobo acaba de caer, vivo todavía, herido por la bala del cazador, arrójanse todos sus compañeros sobre él para rematarlo y disputarse sus restos.

Y en cuanto a la ruina de Europa que mi amigo Lobo presiente, yo no la veo tan cercana. Por allá son listos y ya irán pasteleando y allanando dificultades, hasta que todos los hombres, a fuerza de máquinas, ingeniaturas y otras invenciones sutiles, coman mejor, vivan más cómodamente y luzcan trapitos de cristianar de diario.

Donde no existe este andamio, como sucedía entonces en Buenos Aires, se levanta exprofeso, como si se quisiese, antes de meter el lobo en el redil, exponerlo a las miradas de todos y elevarlo en los escudos.

Cuando esto le dije, me miró con tanta ternura, y después me lo ordenó de un modo tan persuasivo, tan elocuente, que no vacilé un instante en hacer lo prometido, y salí dejándola al cuidado de Lobo. ¡Nunca tal hiciera, y maldito sea el instante en que me separé de aquel tesoro de mi vida, de aquel imán de mi espíritu!