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No tiene papeles, pero un bolsillo. A ver, venga dijo Lobo. Pinilla se lo guardó en su cinto; todos corrieron, y la plaza quedó desierta hasta que la ocupó la tropa. #Fernando el Deseado.# No hemos examinado aquella agitada sociedad más que en una sola faz.

Deben ser famosos bailarines de tango. ¡Excelentes muchachos, todos amigos míos!... Vea sus dientes sanos de lobo joven; su pelo, tan abundante, que necesitan aplastarlo con pomada hasta formar dos almohadillas lustrosas. No queda en sus cabezas dónde plantar un cabello más.

Poco después de este furibundo demagogo, otro personaje entró en escena. ¿Quién será? dijo el Doctrino sintiendo los pasos. Apuesto á que es el mismo Lobo en persona. Un hombre alto, flaco y vestido de negro entró en la habitación. Era don Julián Lobo, célebre republicano que después fué faccioso y uno de los más sanguinarios chacales del absolutismo.

Su propósito, perseverando en su plan de enmienda y santificación, era despedir también a Pedro Lobo, pero, por lo mismo, tenía mayor empeño en despedir antes a Arturo, para que ni remotamente imaginase el otro que aquel infeliz muchacho era causa de su despedida. Rafaela no se había engañado.

Dasele dia, y llegando el punto, hallan el conclave bastecido de electores: por alegar el Autor no poderse determinar á recibir nada sin el parecer de los compañeros. Comienza, pues, el pobre corderillo á recitar su maraña en medio de tanto lobo.

Era el negro Octaviano que intervenía briosamente en defensa de su señor. Animado Arturito con aquel auxilio y enojado por los insultos y por la afrenta que Pedro Lobo le había hecho, prorrumpió en injurias contra él, le llamó satélite del sanguinario tirano Rosas y le calificó de derrotado y forajido.

Su padre era un lobo para la mar. Pues el hijo le gana ... ¡Abelardo! ¿Quién va? Sube para darle una mano al Señor Don Juan Manuel... Yo mal puedo con el farol. ¡No te muevas, Abelardo! Me basto solo. Bajan a la orilla del mar. Se oye el vuelo de las gaviotas, convocadas por el viento y la noche. Una sombra se acerca: Sus pasos fosforecen en la arena mojada.

Entonces salió de su escondite y avanzó a paso de lobo hasta el balcón bien amado. Ni siquiera se fijó en si la puerta estaba abierta o cerrada, ¡tanto le atraía aquel balcón! Se apoyó en el borde, palpó los hierros y apoyó su nariz y su boca contra un vidrio, sintiendo una frescura consoladora con el contacto.

Pero doña Cristina levantó la voz un poco más, como si tuviese que hacer un esfuerzo para soltar algo penoso y Pepita la oyó decir con gran dificultad, vacilando á cada sílaba «Mon... gros... loup... cheri...» No: aquello no iba con ella... ¿Pero por qué decía su madre tales cosas? ¿Qué lobo era aquel, en francés, que su madre llevaba tan trabajosamente hasta los oídos del buen Padre?

Debió ser a mediodía; , señor, en pleno mediodía... Pero, ¡cáspita! con la bruma de mar, ese pleno mediodía no era más claro que una noche obscura como boca de lobo... Un aduanero de la costa me refirió que aquel día, habiendo salido de su caseta para sujetar los postigos, próximamente a las once y media, una racha de viento le llevó la gorra, y exponiéndose a ser llevado él mismo por la resaca, empezó a correr tras de aquélla a cuatro patas, a lo largo de la playa.