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¿Qué vas a tocar? No , ché, Melchor... estoy pensando. ¡Toca el pericón nacional!... que es de circunstancias. No lo ... ¿Y los tristes argentinos... que son tan lindos? Tampoco... de memoria no los recuerdo. ¡Bueno! toca lo que te la gana. El quinto nocturno...

Por espacio de casi trescientos años había estado en poder de sus primitivos dueños, los Baddesley, hasta que Blair la había comprado, incluyendo el mobiliario, las pinturas, armaduras, y, en fin, todo lo que en ella había.

Apodérase la fiebre de todo su ser, métese en cama... Al cabo de veinticuatro horas encuéntrase el esposo á su lado. ¿Quién le ha avisado? Ella no. Una manecita, con caracteres muy gruesos, ha escrito lo que sigue: «Querido papá: venid cuanto antes. Mamá está en cama. El otro día la decir: ¡Si le tuviese á mi ladoHelo aquí: ya está buena. ¡Hombre feliz!

Aconsejéles que ninguno volviese a tierra, por quitar la ocasión de que el llanto de las mujeres y el de los queridos hijos no fuese parte para dejar de poner en efeto resolución tan gallarda. Todos lo hicieron así, y desde allí se despidieron con la imaginación de sus padres, hijos y mujeres. ¡Caso extraño, y que ha menester que la cortesía ayude a darle crédito!

La Providencia te ha deparado a uno de los hombres, no lo digo por alabarme, a uno de los hombres que no temen desafiarse con todo Madrid en Contabilidad y Partida Doble. Has hecho tu suerte, chica. Ya verás, ya verás qué libros.

A pesar de todo, desisto de averiguar, para no comprometerme, lo que hay de verdad y lo que hay de mentira en el cuento, y voy a referirle aquí como me le contó mi tocayo. Los fuertes muros y las ocho altas torres están hoy como en el día en que se edificaron. No falta ni una almena. Dentro de aquel recinto pueden alojarse bien doscientos peones y más de ochenta caballos.

Cuando D. Álvaro abrió los ojos al fin y le vio enfrascado en la lectura, le preguntó sonriendo: ¿Le interesa a usted ese libro, padre? Muchísimo. Pues lléveselo usted... Llévese usted el primer tomo, que ése es el segundo. Y levantándose y sacándolo de uno de los armarios, se lo presentó al sacerdote. Este vaciló en tomarlo. ¿Está condenado por la Iglesia?

No tenían escrúpulo en colocarse de pie sobre ellos y hasta encaramarse sobre los mismos santos, cuando así lo requería la necesidad de quitar el polvo a alguna moldura o poner un cirio en el paraje designado. La madre abadesa desde el coro, con la frente pegada a las rejas, dictaba sus órdenes como un general en jefe, con vececita delgada y áspera.

Sufriríais vuestro amor, le callaríais, porque además de vuestra honra, tenéis que guardar la mía... lo bien, señora; que mi honor está seguro en vos: pero os sacrificaríais, moriríais. Yo os libraré de ese sacrificio. El acento de don Juan era lúgubre. Cuando acabó de pronunciar estas palabras se levantó. ¡Sentáos! dijo con acento lleno y grave doña Clara. El joven se sentó.

Sobre todo, la pasaremos con Tirso dijo doña Manuela. Ya es tiempo de que vivamos juntos. Verle llegar ahora, va a ser como parir de pronto un hijo de treinta y cuatro años. ¿Han vivido ustedes siempre separados? Casi toda la vida. Ya te hemos contado cómo fue lo de dejarle con don Tadeo. ¿Qué habíamos de hacer? Hemos corrido más provincias que tiene el mapa.