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Pausas, grandes pausas, notas largas, estertores musicales, lloriqueos de almas rotas, fusión de cosas amargas, y entre el lloro de las notas lamentables y solemnes, melancólicas y graves, un olor a flores mustias, un vuelo de negras aves cantando en el aire gélido la canción de las angustias. Pausas, grandes pausas.

Por me robaron antes y ahora vienes en persona, probablemente para pedirme con tus lloriqueos otro pedazo de mi hacienda con que engordar á tus amigotes. Lo que voy á hacer es soltar los perros para que te acuerdes toda la vida de tu primera y última visita á Munster; y entre tanto, ¡abre paso! Diciendo esto empujó á Roger violentamente y asió otra vez el brazo de su víctima.

Pues qué, ¿todo ha de ser lloriqueos, blanduras, dengues, melosidades y tonterías? ¿Se escribe para doncellas de labor y viejas verdes, ó para hombres formales y gentes de sentido comúnQuien así hablaba era la tercera eminencia que componía el jurado, y me parece llegada la ocasión de describirlo. D. Marcos había sido novelista.

No qué dimes y diretes tuvo aquella mañana con Pepa, pues se oyó el vocear de ambos en el despacho, y hasta lloriqueos y aún porrazos sobre los muebles, signos evidentes de violenta disputa; luego salió la mujer muy agitada, con los pelos desordenados y echando chispas por los ojos, y alguien que la encontró al paso, la oyó decir: ¡No quiere, no quiere! pues veremos si la ley le obliga.

Lo anunciaba Alcaparrón con sus lloriqueos a todos los del cortijo, sin hacer caso de las protestas de su madre. ¡Qué sabes , bobo!... A otros, peor que ella, los sacó alante mi comare... Pero el gitano, despreciando la fe de la señora Alcaparrona en la sabiduría de su comadre, presentía la muerte de la prima con la clarividencia del cariño.

Pero el cuñado intervino, con su autoridad de grave consejero de la familia. Vamos, mamita, que la cosa no era para tanto. Una corrida como todas. Lo que convenía era dejar en paz a Juan, no quitarle la serenidad con éstos lloriqueos a la hora de ir a la plaza. Carmen fue más valerosa. No lloró; acompañó a su marido hasta la puerta; quería animarlo.

¿Pero a qué vienen esos lloriqueos?... Almudenilla, si yo te quiero... Amos, no me des disgustos. Ora ti, casa tuya, ver galán bunito, jacer cariños él. ¿Yo? ¡Estás fresco! ¡, , para él estaba! ¿Pero qué te has creído? ¡Valiente caso hago yo de esa estantigua! Tiene más años que la Cuesta de la Vega: es pariente de mi señora, y por encargo de esta se le recogió para llevarle a casa.

Trataba de ahogar los sollozos y no podía; don Pablo Aquiles la sorprendió así, y, aunque afligido, hizo la comedia de que se enfadaba, por lo flojas que son estas mujeres, que todo lo abultan y ennegrecen. Vaya, mujer, no te pongas así; con lloriqueos no vas a remediar lo que está hecho.

Era la casa como un club por el disputar constante y las reyertas fundadas en cualquier bobería. «Si la batalla fuera exclusivamente entre ella y yo, decía Pez , lo llevaría con paciencia pero de poco tiempo acá intervienen con calor nuestros hijos». Las pobres niñas no se mostraban deseosas de seguir a su mamá por aquel camino de salvación... Naturalmente, eran jóvenes y gustaban de ir al teatro y frecuentar la sociedad. ¡Qué escándalos, qué sofocos, qué lloriqueos por esta incompatibilidad del solaz mundano y de los deberes religiosos!

A no me engatusas con purisimitas. ¿A qué vienen esos lloriqueos? Eres como el perro de Juan Molleja, que antes que le caiga el palo ya se queja. ¿Conque monjío? Quien no te conozca que te compre, saquito de cucarachas.