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Desde que estaba en Can Mallorquí, todos parecían pendientes de sus mandatos, admirándolo como un personaje poderoso y jovial. Margalida ruborizábase con sus palabras y guiños, pero le quería al verle tan abnegado. Recordaba sus ojos llenos de lágrimas una noche en que todos creyeron que iba a morir don Jaime. Valls había llorado al mismo tiempo que mascullaba maldiciones.

Me he vestido de negro; me paseo a pie por las calles, y siento un gran deseo de detener a los transeúntes para hacerles saber que soy viuda. »En esta ocasión he comprendido que no soy una mujer vulgar. Conozco más de una que habría llorado por debilidad humana y para darle una pequeña satisfacción a sus nervios; yo, he reído como una loca.

No extrañes, pues, que, vencida y rendida yo, cayese desde luego en tus brazos sin defenderme, y te diese mi corazón y fuese toda tuya. »Había yo querido antes cohonestar la inclinación que hacia ti había sentido, imaginándote vivo retrato del hombre a quien yo había amado en mis primeras mocedades, y a quien había llorado largos años después de muerto.

Por la emoción que había sentido, Juan comprendió que no podía permanecer testigo impasible de escenas semejantes. El resto del día continuó lleno de tristezas para él. Felizmente, Bertrán como buen camarada, viéndolo aislado y melancólico, vino a hacerle compañía; sin su presencia, Juan habría llorado. Al desaparecer el sol en el mar, los excursionistas regresaron a la venta.

La he llorado durante veinte años y he llevado lealmente su luto. Pasemos, pasemos. Pero al fin llega una hora en que no debe uno ya mirar detrás de y en que los minutos están contados para llenar nuestros deberes respecto del porvenir como respecto del pasado. Un noble no puede dejar extinguirse el nombre que ha recibido de sus antepasados para transmitírselo a sus descendientes.

La madre corrió derecha a la alcoba, donde estaba el pequeño en su cuna, dando unos gritos que enternecerían al caballo de bronce de Felipe III. «Aquí estoy, rico mío, aquí está tu esclava... Ven, ven, cielo de mi vida; toma la tetita, toma... ¡Ay qué hambre tan grande!... ¡Cuánto ha llorado mi ángel!... Yo desatinada por venir. ¡Qué contento se pone mi niño!... Ya no llora más, ¿verdad?

Yo creía, esperaba morir, porque no pensaba que el débil corazón de una mujer pudiese contener tantos dolores... Diga usted, ¿me vio usted pronta a expirar de desesperación a la noticia de su muerte?» A esta palabra, que me hería por primera vez, suspiré; sólo el pensamiento de que hubiese podido morir llevándome su amor y llorado por ella, me ofrecía encantos sin cuento y me inspiraba deseos.

Estaba seria, tenía los ojos enrojecidos como si no hubiera dormido la noche anterior o hubiera llorado algunos minutos antes de llegar yo. Tenía el aspecto de tranquilidad y recogimiento que le era propio muchas veces, en momentos de distracción que revivían en ella la colegiala de otros tiempos.

He afligido á los míos con mis caprichos y mis faltas. No puedo comprender esta catástrofe final sino como una expiación de mi mala vida. He meditado, he llorado, he sufrido y me he inclinado bajo la mano que me hiere, para merecer su misericordia por mi resignación. ¿Así pues, has renunciado á toda esperanza de justificarte? ¿Cómo probar hoy lo que no pude hace dos años?

Estaba esperando hacía dos meses el momento de poner á Jacobo en los brazos de su madre y se prometía goces deliciosos. Con frecuencia decía á Tragomer: "¡Será una escena extraordinaria!" Después tuvo que confesar que él, Marenval, un perro viejo de la vida parisiense, gastado y escéptico, se había emocionado más de lo que esperaba y había llorado como un majadero.