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Cuando al cabo de una hora salieron, el anciano banquero tenía las mejillas inflamadas, los blancos cabellos en desorden y en los ojos señales de haber llorado. Despidió al canónigo en la escalera y tornó a encerrarse en su despacho. Allí permaneció todo el día y toda la noche, sin hacer caso de los recados que su hija le mandó para que se llegase a verla.

¡Lo que ha llorado esa chica antes de que nos llevásemos el pequeño! ¡los besos que le ha dado!... Me preguntó por ti... Ve a verla, hombre; la pobre se alegrará, y bien lo necesita. Maltrana pasó mucho tiempo sin visitar a Feli. Todos los días formábase el propósito de verla a la mañana siguiente.

Y cambiando de tono, temblándole la voz, añadió: Hablemos de otra cosa, Pablo, de algo muy grave. Don Pablo la miró, y echó de ver entonces que había llorado, que estaba pálida y tenía los labios blancos. Habla, Casilda, me asustas, ¿qué pasa aquí? ¿dónde está Quilito? ¿a dónde ibas?

Cuando oyó el canto del órgano que se elevaba suavemente, como un murmullo esparciéndose por toda la iglesia, el abate Constantín se sintió tan conmovido, tan contento, que los ojos se le llenaron de lágrimas. No recordaba haber llorado desde el día que Juan le dijo que quería repartir su patrimonio con la madre y la hermana de los que cayeron al lado de su padre bajo las balas alemanas.

Está aturdido; la visita le ha dejado insensible. Hay en su cuerpo algo del efecto de una paliza; pero está fortificado interiormente. Isidora aguarda ansiosa. Está pálida y ha llorado un poco, porque no puede apartar del pensamiento que su hijo y su padrino no tienen qué comer aquella tarde. «¡Cuánto has tardado! Es pesadito ese señor. En fin, amigo, yo siento molestarte.

Yo soy feliz, la contesté, conque vivas tranquila, conque seas mi hermana. Ha sido necesario dar este paso para arrancarte del convento. Yo continúo mi vida sin deseos y sin esperanza, consagrada a ti, que continúas siendo mi hija. Allí seguro de no ser oído, de no ser visto, rompí a llorar: si no hubiera llorado mi corazón se hubiera roto.

Y añadió para distraer la conversación: Me he levantado temprano esta mañana, he trajinado mucho por arriba: de modo que en cuanto me senté me he quedado fritita sobre el mostrador. Manolo guardó silencio y reparó con inquietud que tenía los ojos muy encendidos, señal de haber llorado recientemente y no poco.

Tenía quizá también a su anciana madre para llorarle, para llorar al que había mecido en sus brazos cuando niño. ¡Era quizás un porvenir brillante que se malograba, un nombre ilustre que se extinguía en él! ¡Qué pesar debía producir su muerte! ¡Cuánto debían llorarle! ¡Dichoso, tres veces dichoso joven! ¡qué no debía a la culebrina de Kernok! con una bala había hecho un héroe llorado en los tres reinos. ¡Qué hermosa invención la de la pólvora!

Y aquellos ojos, fijos dulcemente en ella, inundaban de un placer desconocido el alma de la duquesa, la inflamaban en un amor infinito. Era el purísimo amor de una buena madre, que había llorado veinticuatro años por su hijo á quien no conocía, y que le era tanto más querido, cuantos más sacrificios de todo género le había costado.

Severiana entraba y salía. Sus ojos revelaban que había llorado, y también tenía un mantón negro por los hombros. Por un resquicio de la puerta que comunicaba la sala primera con la cámara mortuoria, vio Fortunata los pies de la Dura en el ataúd, y no tuvo ánimo para acercarse a ver más.