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El pueblo se había puesto en conmoción y muchos vecinos, aunque todavía era noche, salieron a la calle para enterarse. Cuando amaneció las calles se llenaron de gente y todos se convirtieron en agentes de policía para averiguar el paradero del niño secuestrado. El asunto preocupaba sobre todo a las mujeres que no cesaban en sus comentarios.

No qué se fue, que, en acabando de decirme esto, se le llenaron los ojos de lágrimas y un nudo se le atravesó en la garganta, que no le dejaba hablar palabra de otras muchas que me pareció que procuraba decirme.

Los rincones de la estancia se llenaron de sombra; pero, al mismo tiempo, la claridad sideral traspasó la polvorienta vidriera y quedó suspendida en el ambiente a modo de un velo soñado y alucinador.

Veremos si les saco algo'. Hija, me llenaron de injurias, y una de ellas se fue hacia dentro y volvió con una escoba para pegarme. ¿Qué creen ustedes que hice? ¿Acobardarme? Quia. Me metí más adentro y les dije cuatro frescas... pero bien dichas... ¡bonito genio tengo yo...! ¡Pues creerán ustedes que les saqué dinero!

El moribundo quiso levantar una mano y no pudo; miró a la niña con ternura inmensa, y haciendo un penoso esfuerzo, dijo: Yo te enseñaré... Bendita sea tu pureza... Dilo. Los ojos de la niña se llenaron de lágrimas y su pechito comenzó a estremecerse como el de un pájaro asustado; su abuela le dijo al oído: Dilo, hija mía... Si lo sabes , dilo...

Estas simples palabras fueron pronunciadas en una inflexión de voz tan suave, que llenaron de esperanza a Huberto. Se alejó bruscamente, no queriendo comprometer la dulzura de aquel adiós. María Teresa, apoyada contra uno de los pilares de piedra de la verja, siguió con la vista al joven que se alejaba. Largo tiempo lo vio sobre el camino desierto.

Murió en 1468 el infante D. Alonso, causa principal de la division del reino; sus partidarios se acobardaron, y los fieles al rey se llenaron de júbilo.

La soledad nocturna vino otra vez, pero no don Jorge. Trajo otra vez la tempestad y la nieve con sus torbellinos. Avivando el expirante fuego, vio la Duquesa que alguien había apilado a la callada contra la choza, leña para algunos días más. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero las ocultó a Flora. Dominadas por el terror, aquellas vírgenes durmieron poco.

«¡Fuego, brillante fuego! gritó el infeliz , , que eres tan poderoso y tan resplandeciente, duélete de mi situación; reprime tu ardor, apaga tus llamas, no me quemesAcércate y verás lo que es bueno.» Y en efecto, no se contentó con dorarle, sino que le abrasó hasta ponerle como un carbón. Al oír esto, los ojos de Paca se llenaron de lágrimas.

El alma se le desgajaba y sacudía resistiéndose a albergar en su seno la ira. Los ojos se le llenaron de lágrimas, las rodillas se le doblaron. Cayendo a los pies de su mujer, le besuqueó las manos. «Ten piedad de le dijo con aflicción más de niño que de hombre . Por tu vida... la verdad, la verdad. Ese señor... esperándole... él pasaba por verte.