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Esta cubierta tenía el aspecto de un documento oficial de un período remoto, cuando los escribientes trazaban sus signos en materiales de mayor solidez que los nuestros. Había en el paquete algo que despertó vivamente mi curiosidad y me llevó á deshacer la cinta de un rojo desvanecido que lo ataba, animado de la idea de que iba á sacar á luz un tesoro.

Ya sabeis que el rey mi esposo llevó á mal que fuéseis el mas amable de todos los hombres, y acaso por este motivo tomó una noche la determinacion de mandaros ahorcar, y darme un tósigo; y tambien sabeis que los cielos compasivos dispusiéron que me avisara mi enano mudo de las órdenes de su sublime magestad.

El alegre padre Loriot, que iba en misión a Pekín, llevó esta carta que yo lacré con el sello del convento: una cruz saliendo de un corazón inflamado. Los días pasaban.

A él también... a él también, en otros tiempos, cuando hacía el amor a su difunta entre dos viajes, lo había aucado cierto camarada que era rival suyo. Pero él se llevó a la muchacha por tener la mano más lista; total, una cuchillada al amigo en pleno pecho, que le tuvo mucho tiempo entre la vida y la muerte.

Y visto por Viracocha Inca que su hijo Inca Yupanqui se quedaba con aquel propósito, rióse mucho y no hizo caso dél, porque llevó consigo sus seis hijos, y con ellos el mayor y más querido suyo, que se llamaba Inca Urco, en quien pensaba dejar el lugar y nombre de su persona.

Seguía los caminitos de arena y me perdía en su laberinto con paso distraído, la mirada enfilada a lo lejos. Al doblar un sendero, en el paraje más solitario del jardín, me las encontré de frente. Venían acompañadas de un clérigo. Al cruzar a nuestro lado saludaron muy cortésmente: el clérigo se llevó con gravedad la mano al sombrero de teja.

Al cabo se dejó caer de nuevo en el diván, se llevó las manos al rostro y se puso a llorar. ¡Hija mía, no llores! exclamó Reynoso conmovido.

Su madre volvió a entornar los ojos hacia el balcón y quedó en la misma actitud melancólica. Al cabo de unos momentos de silencio, Venturita tomó su mano y la llevó con ternura a los labios. Doña Paula volvió la cabeza con sorpresa. Pocas veces, por no decir nunca, su hija menor le había dado este beso respetuoso.

Conmovido por aquel silencio, que revelaba mejor que ninguna frase lo que su alma sentía, el joven le tomó una mano y la llevó suavemente a los labios: por primera vez desde que se conocieran, ella no hizo resistencia alguna.

El capitán Vadillo llevó á Juan Montiño al postigo de la Campanilla, que abrieron los guardas de orden del rey, y luego le acompañó hasta el convento de Atocha. Por el camino fueron hablando de la mala noche que hacía, de lo obscuras que estaban las calles y de las guerras de Flandes. Cuando llegaron al convento, el mismo Vadillo tiró de la cuerda de la campana de la portería.