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Apresúrase á llegar á su castillo, y encuentra sus muros vestidos de negro crespón; Blanca se le presenta también con traje de luto: cuéntale su deshonra; desenvaina el puñal que llevaba en su cinto para atravesarse el corazón, y cae en tierra desmayada antes de realizar su propósito; D. Martín jura tomar de su afrenta tremenda venganza, poniéndola en obra sin demora, cuando oye que el Rey caza otra vez en las cercanías.

Para Ester, á juzgar por lo que ella podía ver, el Reverendo Arturo Dimmesdale no presentaba síntoma ninguno visible de un padecimiento real y profundo, excepto que, como Perla ya había notado, siempre se llevaba la mano al corazón. Á pesar de lo lentamente que caminaba el ministro, había éste pasado casi de largo, antes de que á Ester le hubiera sido posible hacerse oir y atraer su atención.

Velázquez recorrió las calles sin participar de esta alegría como otras veces. Llevaba en su alma el peso de la cólera y el despecho. Estuvo en la calle Ancha, donde la animación era más grande y las máscaras se apiñaban con preferencia. Allí tropezó con Manolo Uceda, quien le invitó á entrar en la cervecería á beber una copa de Jerez.

Así pues, decidme lo que os parezca, y si os pareciere no hacer lo que se os pide, tornadme esos doblones e ireme yo a otra parte en donde mejor dispuestos estén a ayudarme. El alma hubiera dado antes la tía Zarandaja que los doblones, que ya había sepultado en la honda faltriquera que llevaba debajo de la saya. Así es que dijo: Hablando, las gentes se entienden; y cuanto más honradas son, mejor.

Cuando Pueyo nos llevaba a los cafés con música y, emocionado por las arias de Marina o de La Bohême, nos confesaba que él también había escrito versos en la juventud... Cuando vendíamos todos los libros y empeñábamos todas las prendas ¡oh, aquella levita suntuosa de Bargiela! , y Antonio Machado, el gran poeta, al recibir un libro nuevo, exclamaba corriendo al tenducho del librero de viejo: Sol de la tarde. ¡Muy bien! ¡Café de la noche!

Ya en estas razones últimas se había agradecido al sueño el tal Don Cleofás, dejando al compañero de posta como grulla de la otra vida, cuando un gran estruendo de clarines y cabalgaduras le despertó sobresaltado, recelando que se le llevaba a otra parte más desacomodada el que le había agasajado hasta entonces; pero el Diablillo le sosegó, diciendo: No te alborotes, don Cleofás; que, estando conmigo, no tienes que temer nada.

Antón Ivanich, el subjefe de la oficina, por poco si deja caer la copa de vodka que se llevaba a los labios; un criado dirigió al que había pronunciado tales palabras una mirada de asombro; todos volvieron la cabeza para ver quién había dicho aquella cosa extraña.

Elena llevaba uno de sus trajes descotados, á los que agregaba ó quitaba adornos para que diesen diariamente una impresión de novedad. El ingeniero francés y Torrebianca iban puestos de smoking y Pirovani seguía ostentando su majestuoso frac... Pero ya no era el único en lucir esta prenda.

En último resultado, la dije, ¿se niega usted a indicarme?... Nada ; la recogí. Ignoro quién era; pero debe ser hija de buenos padres: las ropas que la envolvían eran ricas; llevaba, además, un magnífico medallón guarnecido de brillantes, y entre la faja un papel que decía: «Está bautizada, y se llama...» he olvidado el nombre; el que tiene ahora se lo pusieron en la confirmación.

Le anonadaba el pensar en Feli enferma, debilitada por el trabajo, no pudiendo vivir como él al aire libre, confiada al azar de la bohemia, y que, además, llevaba en su seno una nueva amenaza del porvenir. Vagó largo rato por las calles, con el pensamiento agobiado por su infortunio. Al pasar por la Puerta del Sol vio que eran las nueve en el reloj del Ministerio.