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lo lleva entre los labios el hijo de esta tierra: nombrar a Filipinas tu nombre es pronunciar; si el tiempo borra un día la losa que te encierra, no temas, pues tu nombre jamás se perderá.

Una cabeza de madonna prerrafaelista, con ojos de un azul verdoso, muy inquietante; habla el francés con un acento inglés apenas perceptible. Llega la primera a clase y se instala ante su lienzo. El modelo está ya allí: es un mozo fornido, completamente desnudo; pero que lleva, por decencia, unos minúsculos calzoncillos rojizos. EL MODELO. ¡Señorita White...! Llega usted antes de la hora...

Y el que fué šembrado en ešpinas,^ ešte es el que oye la Palabra: mas la congoxa dešte šiglo, y el engaño de las riquezas ahoga la palabra, y hazeše šin fruto. Mas el que fué šembrado en buena tierra, ešte es el que oye y entiende la Palabra, y el que lleva el fruto: y lleva uno

El anciano padre cura que la casó, el Padre García, español como ella, no sólo es su confesor, sino su consultor para los asuntos más arduos, en los seis años que lleva ya de matrimonio.

Fray Diego de vez en cuando lleva la mano al tarro de la ginebra, llena la copa de su amigo, luego la suya, y gravemente la apura de un trago.

El capitán se lleva la mano á los ojos y permanece algún tiempo inmóvil y silencioso. Ya no era aquel viejo apuesto, vigoroso, que en fuerzas y agilidad podía competir con cualquier joven. En pocos meses se había trasformado en un anciano caduco. Gracias, gracias murmuró con voz débil. Dejadme solo. Llorando y en silencio fueron saliendo todos los tertulios.

Aquel joven nos dijo, entre otras muchas cosas menos interesantes, que la puerta, ya sin puerta, por donde poco después entrábamos en Salamanca, se llama todavía la Puerta de Zamora, y que la hermosa calle que allí comienza lleva también el nombre de la ciudad de Gonzalo Arias.

Está muerto dijo uno. León abrió los ojos desmesuradamente. ¿Muerto? repitió con voz apagada. , buen hombre, y también te estás muriendo. Y el rostro de León se iluminó con una suprema sonrisa. Muriéndome repitió, me lleva consigo. Conste, muchachos, que me quedo con La Suerte.

El chófer, un artillero de pelo rojo y aspecto campesino, que lleva sobre el uniforme un chaquetón de caucho, increpa á la muchacha, la insulta por el sobresalto que le ha hecho sufrir. Ella, como si no le oyese, le dice con autoridad, tuteándole: Vas á llevar á estos dos viajeros. Es ahí cerca, á la Bastilla. La sorpresa deja estupefacto al soldado. Luego ríe ante lo absurdo de la proposición.

Son cinco los hombres que suben: uno es un blanco, con casaca y con botas, y de barba también: ¡le gustan mucho a este pintor las barbas!: otro es como indio, , como indio, con una corona de plumas, y la flecha a la espalda: el otro es chino, lo mismo que el cocinero, pero va con un traje como de señora, todo lleno de flores: el otro se parece al chino, y lleva un sombrero de pico, así como una pera: el otro es negro, un negro muy bonito, pero está sin vestir: ¡eso no está bien, sin vestir! ¡por eso no quería su papá que ella tocase el libro!