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Muy pronto no fué ya amistad lo que me dispensó la reina, sino cariño; cariño que creció de día en día y que hoy vos lo debéis saber, señor, porque debéis saber todo lo que tiene relación conmigo ha llegado á ser amor de hermanas. Y este amor ha crecido por las mutuas confianzas.

Garrote vivía, aunque en estado deplorable, pues había llegado a servir de diversión a los chicos. Hallábase cerca de Elizondo en un caserío, al cual bajó desde los Alduides a mediados de Marzo.

Algo más iba a decir; pero entró Plácido, sombrero en mano, y con ciertos aires de ayudante de campo anunció a su generala que había llegado doña Bárbara.

Hay cosas que nosotras no podemos decir; pero yo las digo, porque me siento destrozada interiormente. Ha llegado para el momento de dejar una ficción que me mata; yo no fingir.

Y no olvidemos al bravo justador Le Capillet, que hubiera llegado á ser un gran capitán de las huestes francesas.... ¿Murió? preguntó Roger. Tuve la desgracia de matarlo en un delicioso bosquecillo inmediato á los muros de Tarbes.

¿Debo morir? preguntó ¿ha llegado ya la hora?... Pues bien; que me fusilen. Aquí estoy. Algunos hombres volvieron la cabeza para ocultar sus ojos... Tuvo que saltar de la cama en presencia de dos vigilantes. Esta precaución era para que no atentase contra su vida.

En una palabra, por todas las cosas de su vida, por todos sus hábitos y sus recuerdos, quería esa propiedad, cuya última hora había llegado. El abate divisaba a lo lejos la granja de Blanche-Couronne; sus techos de teja francesa se destacaban sobre el verde del bosque. Allí también el cura se encontraba como en su casa.

Nunca le adivinaron á Roseta en su casa los terrores pasados en el camino. La pobre muchacha componía el gesto al entrar en la barraca, y á las preguntas de su madre, inquieta, contestaba echándola de valerosa y afirmando que había llegado con unas compañeras. No quería que su padre tuviese que salir por las noches al camino para acompañarla.

Esta lucha, que durante dos días apasionaba á toda la vega y no parecía aún próxima á su fin, había llegado á oídos de Batiste.

Transcurrieron cinco años. Jaime era ya hombre, pero aún no había llegado a la mitad de sus estudios. Sus condiscípulos de la isla, al volver durante el verano, regocijaban a los contertulios de los cafés del Borne con el relato de las aventuras de Febrer en Barcelona.