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En manos de aquellos furiosos caminaba yo maniatado, y ya había llegado a la barranca con el corazón presa de una angustia espantosa por mi familia; ya aquellos hombres, ebrios y engañados se precipitaban a darme la muerte por hereje y maldito, cuando se detuvieron llenos de un terror y de un respeto sólo comparables a su ferocidad.

Mas lo que fué motivo de disgusto trocóse en placer intenso, como sucede siempre, cuando al cabo se les participó que unos cuantos fardos habían llegado a Lancia, y que allí esperaban el carro que había de traerlos a su destino. Como el periódico estaba ya compuesto hacía días, procedióse inmediatamente a la tirada, que había de ser cuantiosa.

Aumentaba su buen humor la circunstancia de dar muchos codillos, pues el P. Irene y el P. Sibyla que con él jugaban, desplegaban cada uno toda su inteligencia para hacerse perder disimuladamente, con gran irritacion del P. Camorra que por haber llegado, tan solo aquella mañana no estaba al tanto de lo que se intrigaba.

¡Oh! ¡vuestras espuelas! exclamó ¡nos hemos olvidado de que os las quitáseis! Pues me las quitaré dijo Montiño. No, no, seguid adelante; en esta galería no podemos detenernos; ¡oh Dios mío! Y la dama siguió andando de prisa. Al cabo de un buen espacio de marcha por habitaciones obscuras y sonoras, la dama se detuvo y soltó la mano de Montiño. ¡Ah! dijo el joven. Hemos llegado contestó ella.

El amor mío, si hubiese llegado a ser hacia Juan Maury exclusivo y profundo, hubiera tenido que romper dolorosamente el lazo que a mi bienhechor y protector me ligaba; hubiera sido para D. Joaquín horrible infortunio: todo el bien, todo el contento y el reposo y toda la superior serenidad hasta donde había yo logrado elevar su espíritu, hubieran venido a desvanecerse o a hundirse en negro abismo.

Alineados junto á los muelles, dormitaban, esperando entrar en funciones, los navíos-hospitales, trasatlánticos más dichosos, que retenían aún cierta parte de su antiguo bienestar, blancos, limpios, con una cruz roja pintada en los flancos y otra en las chimeneas. Algunos de los transportes habían llegado á Salónica milagrosamente.

Después mandó a Patricia a su casa con un recado, llamando a Nicolás, que aquel día había llegado de Toledo. «Que venga mi sobrino inmediatamente, y si está durmiendo, encargue usted a Papitos que le despierte».

Cuando los demás gritaban a su alrededor: «¡Hay que deliberar! ¡No podemos estar así, sin hacer nada!», él se limitaba sencillamente a decir: «Esperemos; todavía no ha llegado Hullin, ni Catalina Lefèvre. No tenemos prisa». Entonces se callaban todos, mirando con impaciencia hacia el sendero de Charmes.

Sin embargo, cuando el organismo ha llegado al marasmo mas completo por pérdidas considerables, los sudores y la diarrea colicuativa pueden aun ceder con la quina.

Y aun alguna se atrevió á insinuárselo sonriendo maliciosamente. Vamos, querida, confiesa que le has dado jicarazo... Pero la tabernera se había puesto tan encrespada al oirlo, que no se tocó más el asunto en su presencia. ¡Qué jícaras ni qué cuernos! ¿Soy yo quizá una bruja como usted? Todavía no he llegado á necesitar polvos para atraer á los hombres... ¿sabe usted?