United States or Timor-Leste ? Vote for the TOP Country of the Week !


Quiero que la conserves como recuerdo de esta noche. Guardó silencio y se la anudó lentamente al cuello haciendo un lacito. Está bien dijo, al cabo, sonriendo ; pero cuando te vayas, estoy segura de que me irás llamando tonta. No te lo llamaré tal. me lo llamarás..., y tendrás rasón... Di, ¿me lo llamarás? ¡No, mujer, no!

¡Oh! ¡más horrible aún! exclamó Dorotea. Oye... Oye... el ruido tentador del oro me detuvo, me trastornó, me atrajo... y... me quedé inmóvil, pegado á la pared... cerca de aquella puerta... yo no sentía, no oía otra cosa que el ruido del dinero... y tras él me parecía escuchar tu llanto desconsolado... me parecía verte extendiendo tus bracitos... llamando á tu madre... ¡oh! ¡Dios mío!... yo no cuánto tiempo pasé de aquel modo... al fin aquella puerta... la puerta de la tienda se abrió y salió un hombre... la puerta se cerró y el hombre que había salido se alejó solo; yo le seguí... le seguí recatadamente... eran mis pasos tan silenciosos, que no podía oírme... era la noche tan obscura, que aunque hubiera vuelto la cabeza no hubiera podido verme... y una fascinación terrible, involuntaria, me acercaba más á aquel hombre... de repente aquel hombre dió un grito y cayó de boca contra el suelo... al caer se oyó un ruido metálico... el de un saco de dinero... luego se oyó crujir de nuevo aquel saco, y otro hombre dió á correr... el que había caído no volvió á levantarse... el otro no volvió á pasar jamás por aquella calle... tres días después estabas en las Descalzas Reales... porque yo... yo tenía oro... mucho oro... yo era rico... y podía criar bien á mi hija.

Yo que esperaba que bajase el agua para pasar, probé en este intermedio el agua y la hallé casi dulce, y no quedándome la menor duda que por allí desaguaba el Colorado, ó á lo menos alguna porcion de él, tiré algunos tiros llamando al contra-maestre y marineros, los que volvieron, habiendo bebido agua dulce en el dicho rio.

El muchacho berreaba y corría de un lado a otro llamando a su padre. «¡Otro a quien han engañado!», decían los dependientes desde sus mostradores, adivinando lo ocurrido; y nunca faltaba un comerciante generoso que, por ser de la tierra y recordando los principios de su carrera, tomase bajo su protección al abandonado y lo metiese en su casa, aunque no le faltase criadico.

Considerando todos los desarrollos, y todas las mudanzas del orbe, como una dilatada serie de términos, enlazados entre por una dependencia mutua; como en efecto lo están por las leyes de la naturaleza; y llamando esos términos A, B, C, D, E, F,...... N, las hojas del paraiso pertenecian al término A, y las actuales al N.

Llamando B á un ser cualquiera, tendremos que el principio de contradiccion significa que B excluye al no B, y el no B excluye al B. Pensado B, desaparece en el concepto el no B; y pensado el no B, desaparece en el concepto el B. Puesto en la realidad B, desaparece el no B; y puesto en la realidad el no B, desaparece el B. aquí el verdadero sentido del principio de contradiccion.

Y el joven repetía casi a gritos su frase, llamando la atención de las personas que pasaban cerca. La generala reía a carcajadas y hallaba cada vez más divertida a su máscara; aparentando juzgarlo todo pura broma, dudaba en el fondo que no fuese verdad y sentía dulcemente acariciada su vanidad. ¿Eres tan feo que no te atreves a decirme que me adoras, sin careta?

¡Envenenado!.. ¡Dios mío! ¡Hola! ¡aquí! ¡aquí! gritó don Juan, llamando. ¡No hay nadie! ¡estamos solos! exclamó Dorotea. Y una leve contracción de dolor resistido, pasó por su semblante. ¡Oh! ¡esto es horrible! ¡esto no puede ser verdad! exclamó don Juan reteniendo entre sus brazos á Dorotea. Otra contracción más violenta, indicó á don Juan que Dorotea sentía un dolor más agudo.

Juntáronse luego allí nuestros neófitos en número de ciento y cincuenta, extendidos en buen orden sobre la ribera. En este ínterin vino el Capitán de los Mamalucos, y llamando á un Chiquito que entendía la lengua Guaraní, le preguntó quiénes eran y á qué fin andaban por aquellas costas.

Sentábase a la mesa en los momentos en que, llamando a coro a los canónigos, daban las campanas la gorda para las tres, el alcalde del crimen don Rodrigo de Odría, y acababa de echar la bendición al pan, cuando se presentó un alguacil y le entregó un pliego, diciéndole: De parte de su excelencia el virrey, y con urgencia.