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Español era él también, y su padre, y su madre; pero él no salía por las islas Lucayas a robarse a los indios libres: ¡porque en diez años ya no quedaba indio vivo de los tres millones, o más, que hubo en la Española!: él no los iba cazando con perros hambrientos, para matarlos a trabajo en las minas: él no les quemaba las manos y los pies cuando se sentaban porque no podían andar, o se les caía el pico porque ya no tenían fuerzas: él no los azotaba, hasta verlos desmayar, porque no sabían decirle a su amo donde había más oro: él no se gozaba con sus amigos, a la hora de comer, porque el indio de la mesa no pudo con la carga que traía de la mina, y le mandó cortar en castigo las orejas: él no se ponía el jubón de lujo, y aquella capa que llamaban ferreruelo, para ir muy galán a la plaza a las doce, a ver la quema que mandaba hacer la justicia del gobernador, la quema de los cinco indios.

Esto dista infinito de ser lo que yo me habia figurado, lo que todo el mundo se figura y debe figurarse, cuando sabe que una Asamblea Constituyente decreta que tome el nombre de Panteon, lo que la creencia y la gratitud de todo un pueblo llamaban antes Sta. Genoveva.

¡Cuántas veces habré cantado yo ese romance!... En mi casa lo llamaban el romance de Laura. eras muy niño, pero tu madre se acordará seguramente de habérmelo oído. También yo me acuerdo. ¿De veras? Debías de ser una criatura. Cuando me casé todavía ibas á la escuela.

Las mejores amigas de la pobre mujer, aquellas que la llamaban Margarita, habían sentido enfriarse su corazón en aquel departamento sin alfombras y sin fuego, y ya habían dejado de ir. Cuando se les hablaba de la duquesa, hacían su elogio, la compadecían sinceramente y decían: «Nos queremos como siempre, pero no nos vemos casi nunca. ¡Su marido tiene la culpa

Era inútil oponerse si el muchacho sentía vocación. El mar agarra bien á sus elegidos, y no hay poder humano que logre desasirlos. Por eso ellos, que ya eran viejos, no oían á sus hijos que les llamaban á las comodidades de la capital.

El viento silbaba en bocanadas furiosas sobre la noche y el mar negros, y se oía el ruido de las olas azotando la pared del muelle. En la taberna, Martín, Bautista, Capistun y un hombre viejo, a quien llamaban Ospitalech, hablaban; hablaban de la guerra carlista, que seguía como una enfermedad crónica sin resolverse. La guerra acaba dijo Martín. ¿ crees? preguntó el viejo Ospitalech.

Así sucedía en mi lugar con una mujer que llamaban Juana la Larga, la cual murió ya; y es muy cierto que ha dejado una hija heredera de sus procedimientos arcanos: pero el genio no se hereda, y la hija de Juana la Larga no llega, ni con mucho, adonde llegaba su madre: es mucho menos larga en todo, como lo reconocen y declaran cuantas personas competentes han conocido a la una y a la otra.

Quedose, pues, sin título. Todos en el lugar dejaron de llamarla la marquesita, como la llamaban en vida de su padre, y la llamaron doña Luz, que era su nombre de pila. Doña Luz, como buena hija, lamentó y lloró mucho la muerte del marqués; pero su humilde y cristiana resignación era grande. Con el tiempo quedó doña Luz tranquila y consolada. Vivía en casa de D. Acisclo.

Hasta un señor alemán que todos llamaban «doktor», sin saber ciertamente el porqué del título le había preguntado, al enterarse de que Tenerife era isla española, si tendría tiempo para presenciar una corrida de toros.

El Magistral dominaba por completo a Olvidito y Olvido mandaba en su papá por la fuerza del cariño y por su conocimiento de lo que llamaban allí buen tono. Olvido era una joven delgada, pálida, alta, de ojos pardos y orgullosos; no tenía madre y hacía la vida de un idolillo próximamente, suponiendo actividad y conciencia en el ídolo.