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Y cavilando sobre el resultado de sus gestiones, Jacobo pensaba: No cabe duda. Ellos son unos zonzos, los tres, ¡pero yo soy el más zonzo de todos! Había una vez una princesa que se llamaba Cristela y estaba siempre triste.

El vencedor de los infieles era el barítono Minghetti, que lucía dos espuelas como dos soles, y tenía un vozarrón tremendo, no mal timbrado y lleno de energía. En vano la Reina le pedía perdón, colgándosele del cuello, previo el despejo de la sala, cubierta de coristas, todos ellos viles cortesanos. El barítono no transigía; huía de los brazos de la Reina y llamaba a gritos a la otra.

Y Salvatierra no se daba cuenta de cómo había salido del ventorro remolcado por la mano febril de Alcaparrón y cómo había llegado a Matanzuela con una rapidez de ensueño, corriendo tras el gitano, que tiraba de él, al mismo tiempo que le llamaba su Dios, convencido de que haría el milagro.

426 ¡Cuantas veces al cruzar en esa inmensa llanura, al verse en tal desventura y tan lejos de los suyos, se tira uno entre los yuyos a llorar con amargura! 427 En la orilla de un arroyo solitario lo pasaba, en mil cosas cavilaba y, a una güelta repentina, se me hacía ver a mi china o escuchar que me llamaba.

De pronto fué Elena la que preguntó: ¿Cómo se llamaba aquel muchacho americano compañero suyo?... Creo que fué el único hombre que me interesó un poco entre los muchos que me buscaban... Tal vez le amé, por lo mismo que nunca me deseó verdaderamente. Algunas veces, muy de tarde en tarde, me he acordado de él... ¿Se casó? Hizo Robledo un signo afirmativo y ella siguió hablando. No diga más.

A corta distancia de Villabermeja hay un sitio, que apellidan el Laderon, donde cada día se descubren vestigios y reliquias de una antiquísima y floreciente ciudad. El erudito y sagaz anticuario D. Aureliano Fernandez Guerra prueba que allí estuvo Favencia, en tiempo de los romanos, ciudad que desde época muy anterior se llamaba Vesci.

En tanto que don Quijote se estuvo desarmando, tuvo lugar don Lorenzo, que así se llamaba el hijo de don Diego, de decir a su padre: ¿Quién diremos, señor, que es este caballero que vuesa merced nos ha traído a casa? Que el nombre, la figura, y el decir que es caballero andante, a y a mi madre nos tiene suspensos.

La marquesa, por llamarlo de algún modo, lo llamaba tés íntimos; pero es lo cierto que aunque todas las noches del invierno, ya muy cerca de la madrugada, había ese en su casa, aquello no tenía horas fijas ni aspectos determinados, y chisporroteaba de mil modos: entre pocos, entre muchos, en tertulia plena, con media docena de ellos convidados a comer, o con otros tantos al humor de la chimenea a cualquier hora de la tarde.

Guimarán con los brazos cruzados también, entre la alcoba y la sala, admiraba lo que él llamaba la muerte del justo. Carraspique había corrido a Palacio.

Yo adoraba a Alejandro; tenía por él una profunda admiración; era el único en la casa que le hacía frente a la tigra, como él llamaba a mi tía.