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En un retrete inmediato estaban todavía las cuerdas de las campanas; una, más delgada que las otras, movía la campana clara y sonora, que llamaba los fieles a misa; otra hacía vibrar el bronce retumbante y melodioso, como una banda de música militar; grave, aunque animada, en compañía de sus acólitas, menos estrepitosas, anunciaba las grandes festividades cristianas.

En aquel punto apareció Morsamor donde Urbási pugnaba por que Balarán no se la llevase consigo. ¡Sálvame, Morsamor! dijo al verle . ¡Amor mío, libértame de este aborrecido tirano! El corazón del Brahmatma ardió en celosa ira, al ver a su rival y al oír las amorosas palabras con que Urbási le llamaba.

Pero no por esto sentía un odio menos reconcentrado y violento, y que no esperaba sino una ocasión para manifestarse. Desgraciadamente, la ocasión no tardó en presentarse. Como lo hemos dicho ya, hacía cerca de un año que el señor de Maurescamp estaba enamorado de Diana de Grey, joven amazona americana, que entonces llamaba mucho la atención en París.

Quedó el rey embargado en júbilo, cariño y admiracion. Volvió á tomar todo el dinero con que habian comprado los jorobados su buena ventura, y se le regaló á la hermosa Falida, que así se llamaba esta beldad. Dióle con él su corazon, que merecia de sobra, porque nunca se vió juventud mas brillante y mas florida que la suya, nunca hermosura que mas digna de prendar fuese.

No era una exageración, decía Marta, pero era; allí estaba el parvenu, como le llamaba ella en francés, riéndose con malicia, segura de que sólo Minghetti podía entenderla. Sebastián le llamaba, también con risitas y en sus coloquios maliciosos con Marta, el inopinado. La Valcárcel, los primeros días de su derrota, cogía el cielo con las manos; no podía ya negar, pero protestaba.

El tal administrador, holandés o flamenco que en esto no están de acuerdo los autores, se llamaba Gastón Vandenpeereboom, nombre y apellido en completo desacuerdo con sus prendas personales, como si por antífrasis los llevara. En lugar de ser Gastón tenía fama de roñoso y por no gastar en nada, no hablaba nunca sino por necesidad o provecho, a fin de no gastar saliva.

Digo que viene el sol, y derrite la nieve que ha estado hecha una piedra durísima todo el invierno. Venís tan hablador como siempre, Manuel, y os agradecería que me habláseis con formalidad. Tan formal vengo, que vengo á hablaros de lo más formal del mundo. ¡Cómo! yo creía que veníais porque os llamaba.

No sabía Carmen si quería a Fernando; no sabía tampoco si le olvidaba; sólo supo que la vida la llamaba a gritos desde los campos y desde los bosques, desde las huertas y desde los nidos, desde el cielo irisado en amaneceres risueños y desde los espinos en flor.

La madre, muy compadecida, y creyendo que aquella oveja extraviada llamaba de nuevo al aprisco, procuraba consolarla y prometíale escribir aquella misma noche al padre Cifuentes, anunciándole su visita.

Al menos, la señora Latour-Mesnil y su hija habían encontrado muchas veces en los salones al señor de Maurescamp; no era de sus íntimos, pero le habían visto aquí y allá, en el teatro, en el bosque: sabían cómo se llamaba, y conocían sus caballos. Esto era algo.