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Tal abandono es verdaderamente lamentable. Una ciudad de placer que no varía sus temas literarios, una playa que no renueva sus crónicas, está condenada a muerte. Toda la literatura de San Sebastián resultará una cosa trasnochada tan pronto como, a orillas del Cantábrico o del Mediterráneo, se levante otro gran Casino con nuevos temas para los cronistas.

En la transformación de los sentimientos de Inés, hay cierto alarde de psicología un poco infantil, que no va bien con los hábitos literarios ni con las facultades dominantes de su autor, a quien le basta con su psicología instintiva y adivinatoria para crear cuerpos y almas, sin necesidad de perderse en sutiles y tortuosos análisis.

Moratín, en este lugar, expone luego las reglas observadas por él para la composición de sus comedias, habiendo dejado aparte, fuera del círculo de sus esfuerzos críticos y literarios, los demás géneros dramáticos.

Alumno de la Universidad de Santiago de Galicia, donde estudiaba jurisprudencia, abandonó los claustros junto con otros colegiales, y en 1808 sentó plaza en el batallón de cadetes literarios. En abril de 1817 llegó al Perú con el grado de primer ayudante del regimiento del Infante. Ascendido poco después a comandante, se le encomendó la formación del batallón Arequipa.

Sin embargo, para escribir una historia literaria, y más la de un pueblo como España, tan rico en estas obras de ingenio, era necesario además poseer otros muchos conocimientos, tanto estéticos como históricos y literarios.

Y esto es más grave si se tiene en cuenta que un cambio esencial se ha llevado a cabo en las postrimerías del siglo XIX en las tendencias y en los gustos literarios y por lo tanto en el espíritu colectivo, un cambio tal que significa la aparición de una nueva época claramente distinta y aun contradictoria de la anterior. Esta época es la que ahora se encuentra en su momento de plenitud y madurez.

No conozco detalladamente toda la ciudad, pero en todas las calles y plazas que recorrí, busqué inútilmente gabinetes literarios, no pude encontrar uno. En materia de bibliotecas, una sola tuve ocasion de visitar. Hay en un extremo de la capital, pero dentro de su recinto todavía, un elegante paseo público, con buenos jardines y riqueza de árboles.

Entonces leí muchos versos de Justo Sierra, las crónicas teatrales de Peredo, y las revistas que Altamirano escribía en «El Siglo XIX» y en «La Revista de México». No olvido ni olvidaré jamás el interés con que devoré algunos trabajos literarios publicados en aquellos días.

Sin leerla, le diré que es magnífica, y un amigo mío periodista pondrá un sueltecito con aquello de que en los círculos literarios se habla mucho, etc... Le digo a usted que me interesa mucho ese infeliz, y que haría yo algo por él si pudiera. En bálsamo tranquilo le tengo dado ya más de medio cuartillo, y el extracto de belladona se lo lleva de calle, porque lo que padece la mamá es reuma.

Estas dos cifras hablan muy alto en favor del estado intelectual de España: fíjense bien los que pretendan hablar de nuestro pais en esas dos estadísticas, que son las que mejor traducen el estado intelectual de un pueblo. El número de periódicos políticos y literarios de todo género que se publicaban en España en 1856 fué el de doscientos ochenta.