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Sobre sus tumbas crecieron espontáneamente, como en almacigo, iris blancos y lises rojos. ¡Inexplicable caso, porque estas dos especies vegetales nunca, ni antes ni después, pertenecieron a la flora silvestre de la comarca!... Terminada la lectura, Aristarco se agarraba el vientre, como para no reventar de risa... ¡Bien, muchacho, bien! exclamó.

Después fuimos hallando muchas casas góticas ó platerescas, en cuyas lindísimas portadas se veían grandes escudos que nos indicaban la familia á que pertenecían ó habían pertenecido. El sol de los Solís, las cinco lises de los Maldonados, y, sobre todo, las estrellas de los Fonsecas, abundaban más que ningún otro blasón.

Las conchas que ostenta todo el edificio significan que el que lo mandó construir era caballero santiagués y que había ido ó tenía hecho voto de ir en peregrinación á Compostela, así como los escudos con cinco lises que adornan las esquinas y la espalda del palacio, prueban que el tal santiagués pertenecía á la poderosa y esclarecida familia de los Maldonados de Salamanca.

9 La prudencia en el castigo, de D. Francisco de Rojas. 10 La sirena de Trinacria, de D. Diego de Córdova y Figueroa. 11 Las lises de Francia, del Dr. Mira de Mescua. 12 El sordo y el montañés, de D. Melchor Fernández de León. 1 Los bandos de Berona, de D. Francisco de Rojas. 2 La sirena del Jordán, San Juan Bautista, de Don Cristóbal de Monroy. 3 Los trabajos de Ulises, de Luis de Belmonte.

Mas, ¿dónde hallar en la democrática ciudad de Buenos Aires una princesa pálida y triste, para estudiarla? ¿Dónde el albatros volando sobre embravecidas olas? ¿Dónde el gótico cementerio y el campo de asfodelos, iris blancos y los lises rojos?... Sólo cisnes en un lago verdinegro, eso si podía observar a gusto, en la estancia de su padrino, por ejemplo... ¡Eureka!

Era esta otra casa clarísima y antigua. Don Alonso podía usar el blasón de los cinco lises alternados con blancas veneras en campo de plata, o el de los leones rampantes en campo de azur. Los honores habían resplandecido siempre en su familia. Su palacio, heredado de su mujer, se levantaba hacia la parte del Norte, unido a la muralla de la ciudad, según uso inmemorial de los mejores linajes.

«Cuarto, un cementerio gótico abandonado hasta por las ánimas en pena; un campo de asfodelos, y también de iris blancos y lises rojos que crecen en idílica Harmonía. Apuntadas estas preciosas indicaciones, Juanillo se quedó mirando a Aristarco, como preguntándole el modo de usarlas. ¿Haría una simple ensalada rusa con los «ingredientes»?...