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Fué tal vez una ilusión; mas parecióme que una campana de boca tan ancha como el cielo, repicaba en la obscuridad, a través del Universo, con un són temeroso que ciertamente iría a despertar soles que dormían y planetas panzudos. El extraño individuo llevó un dedo al párpado, y limpiando una lágrima que nublaba su ojo rutilante, exclamó: ¡Pobre Ti-Chin-Fú! ¿Murió?

Por el día, las constantes lluvias del país y la severidad de su padre reteníanlas en casa limpiando las habitaciones y barriéndolas ó recosiendo la ropa blanca. En los momentos en que cesaba la lluvia, solía salir en almadreñas hacia el río ó la fuente con Pepa. Allí se juntaban algunas mozas de la vecindad con sus jarros de barro oscuro y sus herradas relucientes, y mientras la fuente llenaba con pausa las herradas, retozaban las mozas y se decían chistes toscos y cándidos.

Batistet, en tanto, con una prudencia precoz, cogía la escopeta y á la luz del candil la secaba, limpiando sus cañones, esforzándose en borrar de ella toda señal de uso reciente, por lo que pudiera ocurrir. La noche fué mala para toda la familia. Batiste deliró en el camón del estudi.

En nuestros países civilizados el campesino se encarga de cortar las raíces á hachazos y llevarse el tronco del árbol limpiando el suelo hasta de sus más pequeños trozos.

Desdobló, pues, el luengo papel, tosió limpiando el gaznate, se atusó los largos bigotes, y con voz cavernosa y retumbante dio principio a la lectura de una sarta de endecasílabos cojos, mancos y lisiados, tan rematadamente malos como obra que eran del mismo personaje que los leía.

Bastante he trabajado en este mundo. ¡Peor sería eso que dicen que dice Alancardan, o san Cardan, o san Diablo! pues... que.... No sabía cómo explicarlo el pobre don Frutos. «Ello venía a ser que en muriéndonos íbamos a otra estrella, y de allí a otra, a pasar otra vez las de Caín, y ganarnos la vida». La idea de volver, en Venus o en Marte, a buscar negros al África y comprarlos y venderlos a espaldas de la ley, le parecía absurda a Redondo y le volvía loco. «¡Antes el aniquilamiento, como dice el ateoconcluía limpiando el copioso sudor de la frente, provocado por aquel esfuerzo intelectual, tan fuera de sus hábitos.

Con el mismo éxito se libró de otro testigo importuno: un chicuelo obscuro de color, desnudo de piernas y con gran sombrero de paja, que al ver llegar la comitiva se apresuró a salir de un toldo de cañas, limpiando un vaso en un arroyo y ofreciéndolo después lleno de agua hasta los bordes. Era el espíritu guardador de la cascada.

En el silencio de su dormitorio, lejos de los hombres, influenciado por la misteriosa soledad de las altas horas nocturnas, que hacen perder sus contornos á las cosas y á las ideas, se consideró enormemente engrandecido. No; su mundo no había cambiado tanto como él creía. La prueba era que estaba allí, limpiando unas armas para un duelo.

Temblando fué hasta el velador y cogió el revólver, pero recordó su nueva promesa, y durante un rato permaneció inmóvil, limpiando obstinadamente con la uña una mancha del tambor. #Otoño# Una tarde, en Buenos Aires, acababa Nébel de subir al tramway, cuando el coche se detuvo un momento más del conveniente, y aquél, que leía, volvió al fin la cabeza. Una mujer con lento y difícil paso avanzaba.

Hindenburg, que estaba limpiando un vaso, quedó con las manos inmóviles, sin sacar la servilleta de la cavidad de cristal. Ferragut fué á sentarse junto á una mesa vacía, con la espalda apoyada en la pared. Un criado, el único del establecimiento, acudió para enterarse de lo que deseaba, el señor. Era un andaluz pequeño y vivaracho, que sus andanzas habían traído á Barcelona.