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Si éstos me siguen continuó el Barrabás con énfasis , si no son unos cobardes como mis consortes, ya oirás hablar de ... Algún día puede que os tape con onzas de oro a padre y a ti... Cada uno sabe lo que le conviene. ¿Qué había de ser yo? ¿albañil, como mi padre? Muchas gracias; no quiero morir aplastado lo mismo que un sapo, o en medio de la calle pidiendo limosna.

Ese ángel está en el Pardo, que es el Paraíso a donde son llevados los angelitos que piden limosna sin licencia. Bromas de usted. ¡Humoradas de la vida, Sr. de Ponte!

¡Si la hace con una limosna el señor mayorazgo!... He llegado a ser tan pobre como vosotros. Si no tuviese abierta la sepultura, tendría que ir en vuestra caravana por los caminos, mendigando el pan. La muerte ya marcó mis horas, y para poder morir en paz, he abandonado a mis hijos todo cuanto tenía. ¿Y adónde va en esta noche? Ya os dije que voy a morir.

Claro es que la persona que auxilia á aquel desgraciado, no le da una moneda en pago de la historia que cuenta, ni del instrumento que toca, ni del canto con que tal vez desgarra los oídos; sino que lo hace por caridad. Aquella moneda que le ha dado es una limosna, una verdadera limosna.

De esta manera, si no recibe de aquel á quien da, consigue recibir de la opinion pública, que le llama héroe y personaje por aquella limosna astuta; limosna buena, porque al cabo hay algo en ella de caridad; limosna astuta, porque es una caridad ingeniosa, casi mercantil.

O no se convencía Ponte, o convencido de lo buena que sería para él la posesión de la peseta, le repugnaba el acto material de extender la mano y recibir la limosna.

Entonces el alcalde llamó a un hombre de los que estaban en el corro, que al parecer servía de pregonero en el lugar, y tal vez de verdugo cuando se ofrecía, y dijóle: Gil Berrueco, id a la plaza, y traedme aquí luego los primeros dos asnos que topáredes; que, por vida del rey nuestro señor, que han de pasear las calles en ellos estos dos señores cautivos, que con tanta libertad quieren usurpar la limosna de los verdaderos pobres, contándonos mentiras y embelecos, estando sanos como una manzana y con más fuerzas para tomar una azada en la mano, que no un corbacho para dar estallidos en seco.

Mira no sea Fray Jorge de Olivares, que es de la orden De la Merced, que aqui tambien ha estado, De no menos virtud y entendimiento, Tanto, que ya despues que obo despendido Veinte mil ducados que traia, En otros siete mil quedó empeñado. O caridad estraña, ó santo pecho! Qué buen dia, compañeros, La limosna está en el puerto, Mi remedio tengo cierto, Porque aqui me traen dineros.

Ni piden limosna, como los de Italia; ni dan látigo, como los de Rusia; ni se hacen caballeros de industria, como tantos en Francia; ni viven á estilo feudal, como los de Alemania; ni viajan como los de Inglaterra con orgullosas ínfulas.

Por este apellido, algunos guasones de su pueblo se burlaban de ella diciendo que venía de Santa Rita. Total: que ella no era santa, sino muy pecadora, y no tenía nada que ver con la Doña Guillermina de marras, que ya gozaba de Dios. Era una pobre como ellos, que vivía de limosna, y se las gobernaba como podía para mantener a los suyos.