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Juan parte mañana, y no volveré a verlo hasta dentro de veinte días, durante los cuales tendré tiempo de interrogarme, consultarme, y saber lo que pasa en . Bajo mi aire ligero, soy seria y reflexiva... ¿No es así? , lo reconozco. Pues bien, voy a dirigiros una súplica, como lo haría con nuestra madre si estuviera aquí presente.

Se les conoció muy pronto que no les agradaba la insistencia con que los mirábamos Neluco y yo; y fuera por esto o porque ya nada tenían que hacer allí, apuraron el contenido de los correspondientes vasos, y se largaron haciéndonos un ligero ademán de saludo, pero sin decir palabra.

Dio ella un ligero grito y exclamó: ¡Con que era el Rey! Así se lo dije a mi madre apenas vi el retrato de Su Majestad. ¡Oh, señor, perdón! No recuerdo tener nada que perdonarte dije. Pero, señor, todas aquellas cosas que dijimos... ¡Oh, te las perdono de todo corazón! Voy a decirle a mi madre... Ni una palabra le ordené.

Gracias a este accidente la patrulla le ganó considerable distancia; anduvo cerca de alcanzarle. Pero antes que esto sucediese, el forajido, alzándose con extremada presteza, huyó más ligero que el viento. Don Roque disparó los dos últimos tiros de su revólver, gritando siempre: ¡Date, ladrón! Desapareció por la esquina de la Rúa Nueva.

Los pies del matador apenas se movían ni salían de un círculo estrechísimo; pero este círculo parecía sagrado e infranqueable; los cuernos del toro pasaban rozando la chaquetilla del anciano torero sin hacerle el más ligero daño. Al fin, la fiera, harta de tanto revolverse y acometer sin fruto, se detuvo jadeante.

¡Está bien! dijo después de leerlos; éstos son los artículos en que habíamos convenido con el señor Duque... El dote que yo aseguro a mi hermana... ¡Ah! dijo la Condesa sorprendida, y un ligero carmín cubrió sus mejillas, ordinariamente tan pálidas. ¡He aquí unas condiciones que nunca se me habían impuesto! ¿Las conoce usted, Fernando?

Nunca te creas de ligero le replicó el Diablillo . Y vuelve los ojos a mi Astrólogo, verás con las pulgas y inquietud que duerme: debe de haber sentido pasos en su desván y recela algún detrimento de su redoma. Consuélese con su vecino, que mientras está roncando a más y mejor, le están sacando a su mujer, como muela, sin sentillo, aquellos dos soldados.

El sombrero de Adela era ligero y un tanto extravagante, como de niña que es capaz de enamorarse de un tenor de ópera: el de Lucía era un sombrero arrogante y amenazador; se salían por el borde del costurero las cintas carmesíes, enroscadas sobre el sombrero de Adela como una boa sobre una tórtola: del fondo de seda negro, por los reflejos de un rayo de sol que filtraba oscilando por una rama de la magnolia, parecían salir llamas.

De aquellos mil duros que la señora cogía cada mes, daba al Delfín dos o tres mil reales, que con esto y lo que del papá recibía estaba como en la gloria; y los diez y siete mil reales restantes eran para el gasto diario de la casa y para los de ambas damas, que allá se las arreglaban muy bien en la distribución, sin que jamás hubiese entre ellas el más ligero pique por un duro de más o de menos.

Y, diciendo esto, asió del bastón que tenía hincado en el suelo, y, quedándose la mitad dél en la tierra, mostró que servía de vaina a un mediano estoque que en él se ocultaba; y, puesta la que se podía llamar empuñadura en el suelo, con ligero desenfado y determinado propósito se arrojó sobre él, y en un punto mostró la punta sangrienta a las espaldas, con la mitad del acerada cuchilla, quedando el triste bañado en su sangre y tendido en el suelo, de sus mismas armas traspasado.