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Por ellas empezará a comprender las doctrinas teosóficas quien esto lea y a sentir el prurito de estudiarlas a fondo en la multitud de libros que sobre el particular han escrito y publicado recientemente la citada señora Blavatski, el coronel Olcott, Annie Besant, Francisco Hartmann, Sinnett y otros autores, españoles algunos de ellos.

Además, sentía satisfecha su conciencia al hacer de padre «terrestre», preocupándose de su hijo, que empezaba á prepararse para ingresar en el Instituto, repasando sus libros, ayudándole en la comprensión de los textos. Pero tampoco estos placeres fueron de larga duración.

El pobre estudiante, desde que volvió de San Diego para rescatar de la servidumbre á Julî, su prometida, había vuelto á sus libros, pasando el tiempo en el hospital, estudiando ó cuidando á Capitan Tiago, cuya enfermedad trataba de combatir.

De pronto lució en el altar mayor la vislumbre de oro y colores de una casulla de tisú; quedó el concurso en mayor silencio; las damas abrieron sus libros con las enguantadas manos, y a un tiempo murmuró el sacerdote Introito y rompió en sonoro acorde la charanga, haciendo oír las profanas notas de Traviatta, cabalmente los compases ardientes y febriles del dúo erótico del primer acto.

Acostumbre usted al niño a que lea los diarios y a que guarde recortes de los artículos que le interesen. A los veinte años sabrá más que toda su generación. Pero ya ve usted, doctor Trevexo, que el general no debe ser de su opinión; pocos hombres tienen más libros y papeles que él; un día que tuve el alto honor de verlo en su casa, salí pasmado de la copiosidad de su biblioteca.

Fotog. La primera educación de Velázquez, la que pudieron darle libros y maestros, debió de estar por entonces si no concluida muy adelantada.

Amiga de reír y burlar, embroma a los hombres y les suelta mil pullas afiladas y punzantes, pero jamás se encarniza. ¿Qué otra cosa he de añadir? Una cordobesa es avara y otra pródiga, pero todas son generosas y caritativas. No lo digo fantaseando: he conocido lugareña cordobesa que tenía y leía estos y otros libros por el estilo. Otras leen novelas modernas de las peores. Otras no leen nada.

Quitándose precipitadamente el gabán, el profesor dijo con cólera: Es un fastidio: la casa está llena de gente, y no hay nadie que me cosa el botón del abrigo. Y se dirigió a su gabinete. ¡Pero ven a comer! le dijo su mujer. ¡Déjame tranquilo! No me sigas. Una vez solo, se puso a registrar con mano febril su biblioteca. Había en ella numerosos libros y papeles; pero el diario no parecía.

Sus piruetas consisten en dar un salto mortal y caer en casa de algún amigo a la hora de comer, y son titiriteros porque trenzan volatines y corvetas para vender libros viejos y hurtarles otros, en un descuido, a los mercaderes de libros, aunque este ejercicio mejor estaría llamarlo de prestomania o magia de salón. ¿Tienes algún nombre? Esta es la pregunta de ritual entre los operadores.

La primera obra seria de Alfredo Capus fué una novela titulada «Quien pierde, gana», á la que siguieron de cerca otras dos: «Falsa partida» y «Años de aventuras». Aquellos libros pasaron inadvertidos ante el gran público. Capus, que sin duda conocía el mérito de su trabajo, esperó, sin abatimiento ni pesadumbres, á que la crítica le hiciese justicia.