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El gobierno de la Suiza es el único que puede llamarse verdaderamente libre, eminentemente popular. Segun la constitución de 1848, que se venera y se práctica, que no es una ley escrita, sino una verdad realizada, los pueblos son los que hacen todo interviniendo, como es lógico y de pleno derecho, en todos los asuntos del Estado.

Don Quijote le decía: ¿Cómo, traidor? ¿Contra tu amo y señor natural te desmandas? ¿Con quien te da su pan te atreves? -Ni quito rey, ni pongo rey -respondió Sancho-, sino ayúdome a , que soy mi señor. Vuesa merced me prometa que se estará quedo, y no tratará de azotarme por agora, que yo le dejaré libre y desembarazado; donde no, Aquí morirás, traidor, enemigo de doña Sancha.

Virgen de la Malasia, ramo de flores que argentan con su espuma los roncos mares: tuyos son mis suspiros y mis amores, tuyo el ritmo tembloso de mis cantares. Ya está tu sien radiante libre de abrojos; ya, como ayer, no arrastras veste de ilota, y ya el alba soñada brilla en tus ojos, y tu clámide limpia de manchas flota.

24 Ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, 25 quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe. 26 Y cuando alguno hiriere el ojo de su siervo, o el ojo de su sierva, y lo dañare, le dará libertad por razón de su ojo. 27 Y si sacare el diente de su siervo, o el diente de su sierva, por su diente le dejará ir libre.

Me echo a la calle, contrato un carruaje para dentro de una hora, por verme libre del asedio de los cocheros, me guío por el estruendo, y de improviso, heme frente a la catarata. ¿Quedé absorto? No, no comprendí. Aquello es inmenso, inaudito.

Sea como fuere la humanidad en lo porvenir, cualquiera que deba ser el aspecto del medio que ha de crearse, la soledad, en lo que queda de la naturaleza libre, se hará cada vez más necesaria al hombre que, lejos del conflicto de deseos y de opiniones, quiera fortalecer su pensamiento.

Para un hombre libre, amigo Marenval, no hay sensación comparable á la de sentirse dueño de su barco en medio del Océano, entre el cielo y el agua.

¡Francisca! protestó la señora de Dumais que llegó con la abuela adonde estábamos nosotras. La abuela sonrió con expresión equívoca, pues no aprecia el carácter libre de que se jacta Francisca. Pertenece ésta, en efecto, a un género poco conforme con las sanas tradiciones, que son las que gustan a la abuela y a sus amigas. No hay, pues, ninguna más criticada ni vigilada que mi pobre Francisca.

Bastantes pruebas he tenido. ¡Y fuí tan ciego que nada quise creer! ... Nada más debo decirte ... ¿Por qué te he conocido? Mía es la culpa; no tengo derecho para acusarte. Eres libre. Adiós. Y salió muy á prisa sin esperar respuesta. Salió como un demente, y dió muchas vueltas por la casa sin saber á dónde iba.

Mario se sintió perdido y luchó en vano por desasirse: con el brazo libre trató de ganar la orilla que estaba próxima; pero el suicida le sujetaba férreamente; no era posible nadar. Sumergiose por dos veces. Al salir la segunda gritó con fuerza: ¡Socorro! Estaba a punto de perder el conocimiento y dejarse ir al fondo.