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La cual salió a la calle correcta y severamente vestida en traje de ceremonia diurna. Almorzó en Lhardy, dió una vuelta por Los Salvajes, y a las tres de la tarde, poco más o menos, se dirigió a casa de su tía la marquesa de Alcudia, sita en la calle de San Mateo. Esta severísima señora era muy celosa de la religión como ya sabemos. Lo mismo de su alcurnia, por no decir más.

Todo esto lo he pensado rápidamente; al mismo tiempo que lo pensaba le ponía la mano en el hombro al señor grueso, y gritaba: ¡Sarrió! Y entonces el hombre gordo ha vuelto la cara, una cara con ojos pequeños y ribeteados de rojo, y he visto tristemente que no era Sarrió. ¿Dónde vivirá? ¿Dónde comerá? Vuelvo a pasar por casa de Botín; vuelvo a pasarme frente a la vitrina de Lhardy. ¡Y no lo veo!

Después de vivir en fonda un poco de tiempo, decidióse a poner casa. Tomó un criado, se hizo traer el almuerzo de un restaurante y comía cuándo en Lhardy, cuándo, en casa de alguno de sus muchos amigos. Su cuadra la tenía muy cerca, en la calle de las Urosas, y no estaba mal provista: dos jacas de silla, inglesa y cruzada, un tiro extranjero y otro español, berlina, charrette, milord, break.

Sin embargo, Vefour pasa, como si dijéramos, por el príncipe de los fondistas de Paris. Es aquí lo que es en Madrid la fonda del Cisne ó la casa de Lhardy. Entramos.... ¡Dios nos asista! Si no hubiera sabido que me encontraba en una fonda, es seguro que me hubiera quitado el sombrero. La sala principal es una pieza régia, y podria servir perfectamente para salon de embajadores.

La viuda anunció al cabo en voz alta que se iba. ¿Adonde va usted, Pepa, en este momento? le preguntó el banquero. A casa de Lhardy a encargar unas mortadelas. La acompaño a usted. Vamos; le convidaré a tomar unos pastelitos. Al duque le hizo mucha gracia el convite. ¿Vienes, chiquita? le dijo a su hija. Clementina aún pensaba quedarse un rato.

Algo atisbó, sin embargo, que vino a despertarle la sospecha de que el tal proyecto de tratado secreto no era precisamente con el Gobierno alemán, sino con la repostería de Lhardy, poderosa potencia gastronómica de la Carrera de San Jerónimo: entre los peludos dedos del diplomático asomaba por una esquinita la viñeta de las cuentas del célebre Emilio.

Pero entonces, gran perverso replicó la joven esposa con voz de mimo y atusándole el bigote con la punta de los dedos , no podrías regalar a tu Elena un aderezo tan hermoso como le has regalado el día de su santo, no podrías llevarla en coche, no podrías vestirla con trajes elegantes, no podrías traerle pastelitos de casa de Lhardy, ni bombones de la Mahonesa. Ni sobreasada de Mallorca.

Mas no era el señor Pulido hombre que, una vez puesto en la pista, retrocediese ante ningún peligro ni reparo; fuese, pues, derecho a casa de Lhardy y preguntóle si el señor marqués de Butrón tenía en su repostería alguna cuenta pendiente.

Y tal vez haya comido en Lhardy solo, triste, sin que hayamos podido tener un rato de amena plática ante las viandas exquisitas... Esto es, en realidad, tremendo; ya no tengo sueño. ¿Cómo voy a dormir estando Sarrió en Madrid? Me voy a la calle; creo que mi deber me impone el visitarlo. Pero ¿dónde vive Sarrió? ¿Cómo encontrarlo?

Es de advertir, asimismo, que el banquete, no sólo había de celebrarse en su propia casa, sino también disponerse y servirse con elementos y accesorios de la casa misma; condición sabiamente acordada por el marqués, que, contando con que no faltarían los obligados sahumerios de la prensa al menú y al aparato de la mesa, no quería ceder a un fondista, aunque se llamara Lhardy, ni ese rayo de esplendor que también cabía en el nimbo de su cabeza casi augusta.