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Mira al secretario del ayuntamiento qué casa tan hermosa está levantando en la plaza.» ¿Y qué sueldo tiene el secretario? preguntaba Octavio. Diez mil reales. ¿Y con diez mil reales al año se levantan casas magníficas? Ahí verás respondía D. Baltasar guiñando maliciosamente el ojo izquierdo.

No, no... Usted ya no puede ser mi confesor y levantando repentinamente la frente, pálidas las mejillas, los ojos secos y brillantes, donde se pintaba una resolución extrema, siguió: muy bien, padre, que mi vida entera está destinada a llorar... también que después de esta vida me espera quizá una eternidad de tormentos. Pero la desesperación no cuenta los tormentos ni teme nada.

Dióseles lo que manda el aquel, vamos al decir, del hombre que lo entiende; pero no les acanzó. El pastor, al decir esto, metió en el saco la mano y sacó de él dos cuernos de diferente forma y tamaño. Aquí están las gamas dijo, levantando en alto los dos retorcidos apéndices.

Es preciso volver por él sentiría perderlo. Fortuna, que iba detrás, de dos saltos se puso delante, y levantando la cabeza, se quedó mirando a sus amos. El perro llevaba el libro en la boca con tal delicadeza, que ni siquiera lo había humedecido. Muchas gracias, Fortuna, le dijo don Salvador acariciando la inteligente cabeza del perro.

Al sentir el desgarrón de los cuernos en su panza, el mísero animal había mordido el cuello del toro con una furia de cordero rabioso. Relinchaban tristemente los caballos heridos, levantando la cola con ruidoso escape de gases; un hedor de sangre y excremento vegetal esparcíase por el patio; la sangre corría entre las piedras, ennegreciéndose al secarse.

Y el diablo, que no duerme, como es amigo de sembrar y derramar rencillas y discordia por doquiera, levantando caramillos en el viento y grandes quimeras de nonada, ordenó e hizo que las gentes de los otros pueblos, en viendo a alguno de nuestra aldea, rebuznase, como dándoles en rostro con el rebuzno de nuestros regidores.

Desde cada altillo puede uno considerar en conjunto la ciudad, puede verla levantando al cielo las torres de sus baluartes y sus templos, los álamos de sus paseos y sus patios, los desiguales techos de sus casas, sobre los cuales cree uno aun distinguir en pie las sombras de sus antiguos héroes.

Luego, levantando la cabeza y abarcando con la mirada todo el ámbito del Zocodover, preguntó bruscamente: ¿Puede decirme vuesa merced si es ésta la plaza donde celebra sus autos el Santo Oficio? Aquí mesmo. ¿Y son tan lucidos como se dice?

Una mañana el platero tomaba su desayuno, cuando de repente ve entrar al negocio a un pardo grande y fornido, que levantando en alto la vidriera corría hacia la calle. Se echó tras él y consiguió hacerlo detener, pero ya no llevaba la vidriera ni fue posible dar con ella por más pesquisas que se hicieron.

No, hombre, no: es que lo creo así. No entiendo cómo Clementina puede sufrir semejante narciso. ¡Chis, chis! ¡Prudencia, Pepa, prudencia! exclamó Castro con susto, levantando los ojos hacia su querida. ¿Sabe usted que disimula muy bien? No la he visto dirigirle a usted una sola mirada hasta ahora.