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Leeds muy complaciente. Y levantando con la mano derecha la caja, recogió con la izquierda el paño descubriendo completamente la mesa, sostenida sobre sus tres piés. Volvió á colocar la caja encima, en el centro, y con mucha gravedad se acercó al público. ¡Aquí le quiero ver! decía Ben Zayb á su vecino; verá usted como se sale con alguna escusa.

Y levantando con repugnancia la cabeza veía que en aquellos alredederes no había más ser humano que aquel hombre que todos consideraban un santo. Otras veces creía tener á su lado á una hermana en la culpa, y al levantar los ojos tropezaba con la forma de una devota y áspera matrona, cuyo corazón, según la creencia pública, había sido un pedazo de hielo durante toda su vida.

Así marchamos un cuarto de hora, conmovidos ya por un ruido profundo, solemne, imponente, que suena a la distancia. Es un himno grave y monótono, algo como el coro de titanes impotentes al pie de la roca de Prometeo, levantando sus cantos de dolor para consolar el alma del vencido... ¡Preparad el alma, amigo!

Nada que pueda deshonrarme ni deshonrarte replicó la niña levantando su rostro hermoso y altivo y saliendo precipitadamente del salón.

Luego, levantando una mano, que pasó como la sombra de una nube sobre los birretes de los doctores, señaló el libro multicolor traído por Flimnap en la mañana, y que estaba ahora caído sobre la mesa.

Permita Dios que se duerma dijo Quevedo para , no ya qué decir á su majestad... y es necesario que la reina se prepare... en mi vida ni en muerte, espero verme en tanto apuro. ¡Gran rey el nuestro! por menos de lo que yo estoy haciendo azotan á otros. ¡Aún estáis ahí! dijo el rey levantando del libro los ojos. Esperaba, señor, que me mandárais irme.

Sobre ser inconveniente, es de mal gusto y hasta cruel, lo que hice. Procedí como un necio y me pesa de ello: créalo usted. Lucía, levantando el rostro, le miraba. El resplandor de la lumbre doraba su cabello castaño, y teñía de rosa toda su carne: brillábanle los ojos, que alzaba, obligada por la postura.

Cantó enteramente distraído sin mirar apenas al libro, levantando sus ojos pequeños y duros por encima de las gafas para contemplar fijamente, mejor dicho, para pulverizar con la mirada al hijo de la Pepaina, que disimuladamente estaba arrancando las babas a los cirios y guardándoselas en el bolsillo. La cosa no era para menos.

El ingeniero se fué levantando sobre un codo, y este pequeño movimiento derribó varias escalas portátiles que aún estaban apoyadas en su cuerpo y habían servido para el registro efectuado horas antes.

Cuando apareció levantando la cortina, Villalonga dio una brusca retorcedura a su discurso: «No, hombre, no me has entendido; la sesión empezó por la tarde y se suspendió a las ocho. Durante la suspensión se trató de llegar a una inteligencia.