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19 Y cuando los animales andaban, las ruedas andaban junto a ellos; y cuando los animales se levantaban de la tierra, las ruedas se levantaban. 20 Hacia donde el espíritu diera que anduviesen, andaban; hacia donde diera el espíritu que anduviesen, las ruedas también se levantaban tras ellos; porque el espíritu de los animales estaba en las ruedas.

Mientras Cristeta hablaba o escuchaba, su propia voz y la de Juan parecían infundirle tranquilidad y sosiego: pero en los breves intervalos en que permanecían callados, entre frase y frase, aquel silencio era para ella un nuevo y peligroso incentivo, añadido a la fascinación que en su ánimo juntamente levantaban la sed de amor y las palabras del hombre.

Y la polvareda que había visto la levantaban dos grandes manadas de ovejas y carneros que, por aquel mesmo camino, de dos diferentes partes venían, las cuales, con el polvo, no se echaron de ver hasta que llegaron cerca. Y con tanto ahínco afirmaba don Quijote que eran ejércitos, que Sancho lo vino a creer y a decirle: -Señor, ¿pues qué hemos de hacer nosotros?

La única conjetura que se le ocurría era que, habiéndose ya marchado el General, el amigo y protector del joyero, probablemente los enemigos de éste, los atropellados, los lastimados, se levantaban ahora clamando venganza, y el General interino le perseguiría para hacerle soltar las riquezas que había acumulado. ¡De ahí la huida!

En algunas calles, angostas como corredores, las fachadas se levantaban siempre obscuras, y sólo en lo alto ardía, sobre la cal, la brusca faja de sol. Sobre estos canales de sombra, los balcones cerrados suspendían su cofre de espionaje y de misterio. A veces un brazo blanco como la nieve asomaba entre las maderas y arrojaba hacia Ramiro una flor o una alcorza.

Iban absortos en su conversación, olvidados de los que venían detrás, creyéndose a cien leguas de la gente, sin pensar en ella; levantaban a veces la voz, Marta singularmente; y Bonis, sin querer al principio, queriéndolo muy de veras después, oyó cosas interesantes. «Había que hablar cuanto antes a Emma; había que decirle el gran secreto de aquella pareja: que iban a casarse antes de un mes.

Es probable que estos directores de compañías rodaban con ellas de un paraje á otro, representándolas ya aquí, ya allí, según lo exigía la ocasión; en aldeas y ferias, en teatros que se levantaban sin arte y prontamente, ó en ciudades más principales, como Madrid, Sevilla y Valencia, en donde existían perpetuos y mejores.

Ellos levantaban bien; iban tres al mohíno pero quedaron mohínos los tres, porque yo, que sabía más que ellos, les di tal gatada que en espacio de tres horas me llevé más de mil trescientos reales. Di baratos y con mi «¡Loado sea Nuestro Señor!», me despedí, encargándoles que no recibiesen escándalo de verme jugar, que era entretenimiento y no otra cosa.

Alguna vez, cuando la enferma pedía algo, los dos se levantaban presurosos a dárselo; mas al coger un frasco, si sus manos se tocaban, Marta retiraba la suya velozmente, como si hubiese tropezado con una víbora, y dejaba hacer a su amigo. Ambos guardaban silencio. Marta, olvidada de misma, no pensaba más que en su madre. Ricardo, más egoísta, pensaba en María.

La casa Ohando estaba en la carretera, lo bastante retirada de ella para dejar sitio a un hermoso jardín, en el cual, como haciendo guardia, se levantaban seis magníficos tilos. Entre los grandes troncos de estos árboles crecían viejos rosales que formaban guirnaldas en la primavera cuajadas de flores.