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2 Esta será la ley del leproso cuando se limpiare: Será traído al sacerdote. 3 Y el sacerdote saldrá fuera del real; y mirará el sacerdote, y viendo que está sana la llaga de la lepra del leproso, 4 el sacerdote mandará luego que se tomen para el que se purifica dos avecillas vivas, limpias, y palo de cedro, y grana, e hisopo;

8 y si reconociéndolo el sacerdote, ve que la postilla ha crecido en la piel, el sacerdote lo dará por inmundo: es lepra. 9 Cuando hubiere llaga de lepra en el hombre, será traído al sacerdote; 11 lepra es envejecida en la piel de su carne; y le dará por inmundo el sacerdote, y no le encerrará, porque es inmundo.

Pero estos rompecabezas, que en tiempos pasados preocupaban algo a los vagos, amigos de averiguar vidas ajenas, ya, por ser de todos los momentos, han llegado a parecer cosa natural y corriente. Familiarizada la sociedad con su lepra, ya ni siquiera se rasca, porque ya no le escuece.

Pero dentro de aquel sepulcro el espíritu idealista del sacerdote se revolvía incesantemente, luchaba con ansia por salir al aire libre y respirar una atmósfera más pura. El afán de sacudir la lepra que le iba royendo poco a poco le impulsó a estudiar los sistemas de metafísica dogmática antiguos y modernos. Fue una felicidad para él que el obispo hubiese nombrado coadjutor al P. Narciso.

42 Y así que hubo él hablado, la lepra se fue luego de aquel, y fue limpio. 43 Entonces le apercibió, y le despidió luego, 44 y le dice: Mira, no digas a nadie nada; sino ve, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu limpieza lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos.

Al fin, como era de esperar, el interés de la ciencia predominó sobre la lepra tradicional del sentimentalismo.

3 y el sacerdote mirará la llaga en la piel de la carne; si el pelo en la llaga se ha vuelto blanco, y pareciere la llaga más hundida que la tez de la carne, llaga de lepra es; y el sacerdote le reconocerá, y le dará por inmundo.

Esto, y ver por doquier restos humanos consumidos por la lepra, enterrar á todo el que buenamente le parece á consecuencia de dicha enfermedad, crear tipos á su capricho, y acusar de no cuántas cosas á los poseedores de aquellas islas, hasta el punto de conceptuarlos como un mal para la humanidad, completan las páginas de M. Arago, salpicadas de cuando en cuando con bravatas que son fáciles de escribir ya que no de realizar.

Vetusto, comido de húmeda y verdegueante lepra, sustentado en postes de madera que iba pudriendo el agua, brillaba sobre el edificio la rueda, como el ojo disforme sobre la morena y rugosa frente de un cíclope.

Estas ideas del día continuó Elías como hablando solo, pervierten hasta á las muchachas más recatadas. ¡Estas ideas del día, esta lepra social!... ¡se difunde sin saber cómo!... ¡penetra en todas partes! ¡Quién lo había de decir!... Ya se ve... sola en esta casa... Irás, Clara, en casa de esas señoras.