United States or Palau ? Vote for the TOP Country of the Week !


Leopoldina Pastor no se asustaba: de morir ella, moriría como Carlota Corday, despachando antes media docena de indecentes, como Marat. Carmen Tagle dio un suspiro, sacó un poquito la lengua y preguntó si aquello dolería mucho. Tan sólo se siente un ligero frescor contestó a lo lejos una voz cavernosa.

Leopoldina, furiosa dilettante, que recorría siempre de gorra todos los palcos del Real, tenía al dedillo los abonos de cada turno y los abonados a cada localidad. Calculó un momento la dirección en que los del Veloz miraban, y dijo al cabo: No quién puede ser...; ese palco no está abonado.

Pues nada... Empeñada en saber quién estaba en el palco de arriba... Y todo porque el otro no hacía más que mirar para allá poniendo varas. Al decir esto, Leopoldina cogió a Carmen Tagle sus gemelos de nácar y púsose a mirar hacia el palco que tanto inquietaba a Currita.

La suerte de aquellos infelices heridos del Norte condolía, sin embargo, a la sensible condesa, y resolvió hacer ella sola y por su cuenta propia cuanto estuviese en su mano para aliviarla, entendiéndose directamente con el general en jefe del ejército y con el bizarro general Pastor, hermano de Leopoldina.

Currita, prescindiendo también de su emoción artística, inclinóse vivamente al oído de Leopoldina, para preguntarle rabiosa y preocupada: Pero, mujer... ¿A quién mirará tanto Jacobo en ese palco de arriba?... Leopoldina volvió lentamente la cabeza, con ese arte inimitable que tienen las mujeres para ver sin mirar, y echó una rápida mirada al palco del Veloz.

Recrudecióse la sorpresa con asomos de indignación, y hasta el mesurado diplomático contrajo sus pellejos de conejo, exclamando: ¡Imposible!... ¡Imposible!... Será alguna grande de provincia... Alguna indecente que nosotros no conocemos dijo Leopoldina Pastor. No, señor; es grande de la corte, y de la cepa... y me extraña no encontrarla aquí... ¿Aquí? gritó la duquesa irguiéndose amenazadora.

Currita, sentada en primer término, frente a Leopoldina Pastor, hallábase arrobada por aquel sublime terceto de la compañía, final del primer acto, cuando retumba el trueno a lo lejos entre los sordos bramidos de los contrabajos y el suave murmullo de los violines, dulce, delicado, bellísimo, que parece revelar el hálito tibio de la tormenta que se acerca, el tenue susurrar de las hojas de los árboles que sacuden ya las primeras ráfagas, el vago perfume de la tierra que anuncia la cercana lluvia.

Ellas, con sus alardes de españolismo y sus algaradas aristocráticas, habían conseguido hacer el vacío en torno de don Amadeo de Saboya y la reina María Victoria, acorralándolos en el palacio de la plaza de Oriente, en medio de una corte de cabos furrieles y tenderos acomodados, según la opinión de la duquesa de Bara; de indecentillos, añadía Leopoldina Pastor, que no llegaba siquiera a indecentes.

¿En casa?... Jesús, hijito mío, y ¿qué te vas a hacer allí solo?... ¿Y si te da algo?... No, por Dios; ve con Leopoldina y vuélvete despacito. El duque de Bringas entró en el palco, y a poco llegó el tío Frasquito acompañando a su sobrina Valdivieso, que rebosaba, como siempre, entusiasmo y necedad, chismes y enredos.

La hora del tren se aproximaba, y decididos todos a partir, después de una ligera discusión en que triunfó el más cruel egoísmo, pusiéronse en marcha. Leopoldina, muy desasosegada, suplicó entonces a Currita que dejase por lo menos al cuidado de aquel infeliz a Fritz, su lacayo prusiano.