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Ocupólo este entonces con la mayor frescura y dando una gran palmada en el muslo a Villamelón, díjole tal atrocidad, relativa a su entripado, que Jacobo y Leopoldina se miraron espontáneamente, como quien dice: «¡Animal!». Currita, muy enfadada, dijo: ¡Jesús, hombre, qué cosas tienes!... ¡Eres shoking, shoking, de veras!

Al pasar junto al balneario de Cestona acometióle otro ligero desvanecimiento, y Leopoldina Pastor, que unía siempre algún rasgo de locura a los impulsos de su corazón, realmente bueno y compasivo, empeñóse en hacerle beber un par de vasitos de aquellas famosas aguas medicinales.

Cogióla Leopoldina Pastor por las faldas, al pasar por su lado, y quiso obligarla a sentarse entre ella y Carmen Tagle... Era necesario escarmentar a aquellas indecentes radicalas que estaban allí con la boca abierta, dándose pisto, soñando quizá con la presidencia... ¡Míralas, qué retablo!...

Lo tengo dicho: siempre se me indigesta. ¿Me entiendes?... ¡Vaya por Dios, vida mía!... Mira, pasea un poquito y eso te vendrá bien... Acompaña a Leopoldina y vuélvete pronto... Y cada vez más impaciente, advirtió a esta por lo bajo: Que no se huela Carmen a lo que vas... Mira que las pesca al vuelo. Villamelón, haciendo figuras, se atrevió a decir: Quizá en casa...

Leopoldina hizo una mueca y replicó: Pues, entonces... ¿verde y con asa?... ¡Alcarraza! concluyó la duquesa. Y las dos se echaron a reír con inocente regocijo.

Carmen Tagle se echó a reír encogiéndose de hombros, y Leopoldina volvió a mirarlas, diciendo por debajo de los gemelos: Pues te digo que con el terciopelo que gastó la madre en cubrirse hasta las orejas podía haber subido un poquito el escote de la hija... ¡Vaya con la indecente!... Y la chica es monísima... ¿Cómo se llama?...

Al verla, Leopoldina Pastor corrió al soberbio piano de Erard, que estaba en un ángulo, arrancó de un solo tirón la rica y antigua colcha brocada que lo cubría, y se puso a tocar furiosamente el flamante himno de doña María Victoria, una de las intemperancias filarmónicas en que tan fecundo fue siempre el partido progresista.

Hízole a Leopoldina poquísima gracia la propuesta, pero érale imposible rehusar aquel pequeño servicio a la amiga generosa, en cuyo palco, coche y mesa, tenía un lugar siempre dispuesto; porque era Leopoldina de esas personas de clase inferior, entrometidas y gorronas, que sufren toda especie de molestias y desaires a trueque de aparecer a los ojos del vulgo, codeándose en todas partes con las primeras figuras de la moda y de la Grandeza.

Por supuesto, que no se enteraría Carmen de que yo te enviaba dijo Currita muy pensativa; y Leopoldina, con el hociquito fruncido y los ojitos entornados, como quien se ofende de la pregunta, contestó: ¡Mujer!... ¿En qué cabeza cabe?... ¿Acaso soy yo boba?...

Leopoldina Pastor alborotada por ciento, proponiéndose referir a Octavio Feuillet la historia de la cadina para que escribiese un cuento original, y lamentándose de que Jacobo Sabadell no apareciese por ninguna parte, aguardándole todos tan impacientes para tributarle el justo homenaje de admiración que su novelesca aventura les inspiraba, tan distinto del frío recibimiento con que le habían acogido la víspera.