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Bajó la escalera precipitadamente, montó en el coche y se dejó caer en un rincón. Pero allí su agitación fue en aumento, tenía toda la sangre acumulada en las mejillas; latían sus sienes, temblaban sus manos, sonaban en sus oídos aquellos requiebros delicados en la superficie, en el fondo desvergonzados. Lentamente se despojó del guante de la mano izquierda que acababa de ponerse.

¡No puede ser! respondieron de abajo. ¡Cómo! ¡Cómo!... ¡Esos taquetes! ¡Echar esos taquetes! Y con las mejillas inflamadas, agitado, convulso, gritaba como un energúmeno mientras la jaula descendía lentamente. Un frío glacial penetró en el corazón de todos. En el compartimiento de arriba algunas damas lanzaban chillidos penetrantes.

Cierta noche del mes de marzo, en que por rareza cayó una fuerte nevada sobre Madrid, mirando descender lentamente los copos por la atmósfera, le vino en apetito el hacer una escursión al Retiro con Miguel. ¡Qué hermoso debe de estar a estas horas!

De vez en cuando estas cavilaciones cesaban, porque Juan sabía arreglarse de modo que su mujer no llegase a cargarse de razón para estar descontenta. Como la herida a que se pone bálsamo fresco, la pena de Jacinta se calmaba. Pero los días y las noches, sin saber cómo, traíanla lentamente otra vez a la misma situación penosa.

Y los que no volvían estaban en el fondo del Atlántico encerrados en el ataúd de su carabela, que se petrificaba lentamente cubriéndose de moluscos, mientras en sus rotos mástiles ondeaban como verdes gallardetes las algas de la profundidad.

Empezó el tiempo a educarle en la amarga escuela de la experiencia. Semejantes a estrellas que se extinguen, fueron nublándose sus esperanzas, y la fe fue perdiendo lentamente su virginidad, como la nieve del cielo pierde su blancura puesta en contacto con la tierra.

Se dirigió lentamente hacia la puerta, y hasta volvió la cabeza para decir sonriendo: «¡Buenas noches, buenas nochespero así que salió al comedor obscuro, se puso a correr hacia su cuarto en puntas de pie con una rapidez como si tuviera alas.

Avanzaban las pesadas plataformas lentamente, con gran trabajo, por la estrechez de la calle.

Ahí la tienes en el centro del blanco, y así lo esperaba desde que la salir de tu mano. ¡Buen arquero, muchacho! Tirad siempre de la cuerda lentamente y por igual y soltad la flecha sin mover la mano, pero de pronto, dijo Simón.

Luego, sin saber por qué, y contra el mandato de su voluntad, que le gritaba: «¡No te tiendas! ¡no te entregues!», se fué acostando lentamente, como si la tierra tirase de él proporcionándole una voluptuosidad dolorosa.