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Le fué imposible reconocerlos, y á pesar de ello, tuvo la certeza de que eran los enemigos vistos en el bar. Su buque estaba lejos, junto al muelle más desierto á aquellas horas. «Has hecho una tontería», se dijo mentalmente. Empezó á arrepentirse de su audacia; pero ya era tarde para volver atrás.

Si hay todavía jóvenes del tipo «flácidolas hay que han aprendido a bastarse a mismas y, por consecuencia, a pasarse sin el apoyo de un marido. Esas jóvenes, lejos de ser figurantes, según la graciosa expresión del padre Tomás, se sienten capaces de ocupar en su hogar una categoría equivalente a la de su futuro marido.

El famoso cazador de osos se levanta pausadamente y dice con el acento firme y sosegado de los héroes: Vamos a ver qué es eso. Pidió una escopeta arriba, y seguido de lejos por las pálidas doncellas, dio una batida al bosque. Lo único que halló fue un cerdo alemán de la pareja que el conde había traído para encastar.

El lector conocerá que D. Marcelino, sin advertirlo siquiera, piensa en la escena del pasaporte; el rudo atras del granadero, el grito del centinela, paisano, la capa, la descortesia de los esbirros y del oficial, han bastado para introducir en sus ideas políticas una reforma de alguna consideracion. Desgraciadamente el oficial de la policía habia llevado muy léjos sus sospechas.

Eran los primeros en partir porque iban muy lejos, a los últimos cuarteles de la posesión real: al Goloso, a San Jorge, a Valdelaganar, cerca de Viñuelas. Los que aún permanecían en el puentecillo comunicábanse los cuarteles en donde pensaban pasar la noche.

Dentro de la urna o refriante se veían las roscas de la culebra de metal. La cabeza de la culebra aparecía fuera de la urna en su parte baja. No lejos de la chimenea estaba por el suelo un féretro abierto y vacío.

Ligera pausa. Verdú mueve su cabeza suavemente para sacudir el dolor. Don Víctor se acaricia sus patillas blancas. Azorín mira a lo lejos, en el huerto, cómo giran y tornan las mariposas, sobre el follaje, bajo el cielo diáfano. Y Verdú añade: No, no, Azorín; todo no es perecedero, todo no muere... ¡El espíritu es inmortal! ¡El espíritu es indestructible!

Obligada a ayudar a mi marido, a cuidar de la hacienda, a pensar en los pormenores de la casa como las demás mujeres que trabajan y luchan, no hubiera quizá llegado adonde llegué.... Yo necesitaba un marido afectuoso, dulce, un hombre de talento que supiese dirigirme.... Hoy mismo, mamá, acostumbrada como estoy al lujo y a la vida de sociedad, me retiraría con gusto de ella, me iría a vivir a un rinconcito alegre, allá en el campo, lejos de Madrid.

Y aquella mañana, al bajar del tren, entre los apretones de la muchedumbre, el diputado, sordo a la Marcha Real y a los vivas, se levantaba sobre las puntas de los pies, buscando ver a lo lejos, entre las banderas, la casa azul con sus masas de naranjos. Al llegar a ella por la tarde la emoción erizaba su epidermis y oprimía su estómago.